“No
todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7, 21. 24-27). Esta advertencia de
Jesús contradice claramente la mistificación de la fe por parte de los
protestantes originados en Lutero: según estos, basta solo la fe, aunque no
vaya acompañada de obras, para que el alma se salve. Es decir, basta que
alguien diga: “¡Señor, Señor!”, para que ya esté justificado por Jesús y por lo
tanto, basta solo eso para estar ya salvado. Sin embargo, como podemos ver,
esta teoría de Lutero contradice directamente a Nuestro Señor Jesucristo, quien
afirma que no basta con la sola fe, no basta con decir: “¡Señor, Señor!”, para
estar ya salvados. Para poder salvar el alma, es necesaria la fe, por supuesto,
pero también son necesarias las obras, es decir, acompañar a la fe que se
profesa, con obras –obras de misericordia corporales y espirituales- que demuestren,
en la práctica, en qué se está creyendo.
Las
imágenes que usa Jesús, las de las casas construidas sobre roca y sobre arena,
respectivamente, señalan las consecuencias que tienen en el alma el escuchar y
poner por práctica la Palabra de Dios, o el no hacerlo: quien escucha la
Palabra de Dios y la pone en práctica –obra la misericordia, cumple los
Mandamientos, cree firmemente en el Credo y obra según el Credo-, es el alma
que construye su edificio espiritual sobre la Roca que es Cristo y como está
construido este edificio espiritual en Cristo, el Hombre-Dios, ninguna
tribulación, ninguna persecución, ninguna amenaza a su fe, hará que abandone la
verdadera fe, porque obrará según la fe que profesa, lo cual incluye hasta el
dar, literalmente, la vida terrena, con tal de no apostatar de la verdadera fe;
por el contrario, el hombre que construye sobre arena es el alma que,
escuchando la Palabra de Dios, no la pone por obra, es decir, dice: “¡Señor,
Señor!”, pero se queda cruzado de brazos, sin obrar la misericordia y sin ser
coherente con su fe expresada en el Credo y es así que cuando sobrevienen las
tribulaciones o las persecuciones, su edificio espiritual se derrumba, porque
su fe sin obras es débil, como un castillo de naipes, como una casa sin
cimientos, construida sobre arena.
“No
todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos”. La
Palabra de Dios Trinidad, revelada por el Hijo de Dios, Jesucristo, la
Sabiduría encarnada, debe conducirnos a obrar según lo que esta Palabra dice,
lo cual incluye, como obra que demuestra la fe, el don martirial de la propia
vida, expresión máxima de una fe que se demuestra por obras. No cometamos el
error de Lutero, de pensar que la sola fe basta para salvarnos; como dice la
Escritura, la fe sin obras, es una fe muerta. Demostremos, con obras de
misericordia, que nuestra fe en el Hombre-Dios Jesucristo está viva, por la
gracia de Dios y actuemos en consecuencia.
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