jueves, 25 de noviembre de 2021

“Comieron todos hasta saciarse”

 


“Comieron todos hasta saciarse” (Mt 15, 29-57). Jesús realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces. El milagro, un prodigio en sí mismo, como todo milagro, es una ligerísima muestra de su omnipotencia divina y por lo tanto es una demostración de la condición divina de Jesús de Nazareth. En otras palabras, al multiplicar los panes y peces, Jesús realiza una obra de naturaleza divina, que solo puede ser hecha por Dios y que por lo tanto demuestra, en lo concreto, que Él es Dios. Entonces, si Jesús se auto-proclama Dios y hace obras propias de un Dios, entonces es Dios, y es esto lo que Él les dice a los judíos: “Si no me creéis a mis palabras, creed por lo menos a mis obras”. Es decir, si no le creen cuando Él les dice: “Yo Soy Dios Hijo”, entonces que crean a sus obras, sus milagros, como el de la multiplicación de panes y peces, que demuestran que Él es Dios, porque la creación de la nada de la materia de los átomos y de las moléculas materiales de los panes y peces, sólo puede ser obra de Dios y nada más que de Dios, porque ni los ángeles ni los hombres tienen el poder de crear la materia –átomos y moléculas- de la nada.

Ahora bien, la multiplicación de panes y peces tiene un objetivo inmediato, que es el de saciar el hambre de la multitud que ha venido a escuchar sus palabras divinas y así lo dice el Evangelio: “Comieron hasta saciarse”. Pero también tiene un objetivo ulterior y es el de prefigurar otro milagro, un milagro infinitamente más asombroso que el de multiplicar panes y peces y es el milagro de la transubstanciación, el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, multiplicando así su Presencia Personal en la Eucaristía, por medio de la Santa Misa. En la Santa Misa, por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, se produce un milagro infinitamente más grandioso y majestuoso que el de la multiplicación de panes y peces y es el de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, que de ese modo multiplica su Presencia en la Eucaristía. De esta manera, la Iglesia, a través del sacerdocio ministerial, que es una participación en el Sacerdocio del Único Sacerdote Eterno, Jesucristo, alimenta no tanto el cuerpo, sino el alma de la multitud de los fieles bautizados, y no carne de pescado y con pan de harina, sino con la Carne del Cordero y con el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. Y, al igual que sucedió con los que se alimentaron de los panes y peces multiplicados milagrosamente por Jesús en el Evangelio, los que se alimentan de la substancia divina de la Eucaristía “comen hasta saciarse”, porque sacian de forma super-abundante el hambre de Dios que todo ser humano tiene.

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