sábado, 20 de noviembre de 2021

“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria”

 


“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria” (Lc 21, 20-28). Jesús profetiza acerca de la destrucción de Jerusalén, lo cual sucedió en el año 70 de la era cristiana, pero también profetiza acerca de su Segunda Venida y aunque no dice “cuándo” sucederá, porque será un evento inesperado, repentino, que sucederá de improviso y que tomará a la humanidad desprevenida, porque hasta ese momento la humanidad vivirá sumergida en el pecado, “como si Dios no existiera” y es por eso que el regreso de Jesús la tomará de sorpresa.

Existen grandes diferencias entre la Primera y la Segunda Venida, las cuales serán muy distintas: la Segunda Venida será en “gran poder y gloria”, es decir, no vendrá más en carne, en la humildad y sencillez de nuestra naturaleza humana, como en la Primera Venida, sino que vendrá glorioso y resucitado, acompañado de legiones innumerables de ángeles a sus órdenes; no vendrá en el silencio y el desconocimiento de la casi totalidad de la humanidad, como en la Primera Venida, sino que será contemplado por toda la humanidad de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Último Día; no vendrá como el Jesús dulce y misericordioso de la Primera Venida, que con paciencia espera a que le hagamos el favor –por así decir- de convertirnos y salir del pecado para comenzar a vivir en gracia, sino que vendrá como Justo e Implacable Juez, que dará a cada uno lo que cada uno mereció libremente con sus obras: a los malos, a los que lo rechazaron y eligieron el pecado, les dará el horror eterno del reino de las tinieblas, el Infierno y a los buenos, a los que eligieron la gracia y lo reconocieron en la Eucaristía y en el prójimo, les dará la alegría eterna del Reino de los cielos.

“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria”. No sabemos si estaremos en esta vida terrena cuando suceda la Segunda Venida en la gloria, pero independientemente de eso, seremos espectadores de la misma, porque todos compareceremos ante el Justo Jueza, en el Día del Juicio Final. Es para el Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, para el que debemos estar preparados, vigilantes, con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas, para así salir al encuentro de Nuestro Señor cuando llegue, para que Él nos conduzca, de las tinieblas de esta vida terrena, a la luz eterna del Reino de los cielos.

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