(Domingo III -TP - Ciclo B – 2024)
“Ustedes
son testigos de todo esto” (Lc 24, 35-48). Jesús resucitado les resume su misterio
pascual de muerte y resurrección, les renueva la misión de anunciar dicho
misterio a toda la humanidad y para eso “les abre la inteligencia”, para que
puedan comprender “las Escrituras”, la Palabra de Dios. En otras palabras, les abre
la inteligencia con la luz del Espíritu Santo, para que puedan comprenderlo a
Él, que es la Palabra de Dios por excelencia. Sin esta luz del Espíritu Santo,
el ser humano se pierde en las estrechas fronteras de su razón natural y
tiende, por naturaleza, a dejar de lado lo que no entiende, como por ejemplo
los milagros de Jesús y, lo que es más grave todavía, deja de lado todo lo
sobrenatural que el misterio pascual de Jesús implica. Eso es lo que sucedió
con Lutero, con Calvino, y con todos los reformadores protestantes, los cuales,
al rebelarse contra la Iglesia Católica, perdieron la luz del Espíritu Santo y
se quedaron con su sola razón natural, lo cual les hizo perder por completo la
esencia, el sentido y la razón misma de ser de la Encarnación del Verbo y de su
misterio pascual de muerte y resurrección.
Esto
mismo nos puede pasar a nosotros los católicos, en relación al misterio pascual
y a su actualización sacramental y litúrgica en el tiempo, que es la Santa Misa
y la Sagrada Eucaristía y así es como surge el modernismo, el progresismo,
descartando y dejando de lado todo lo que no entiende, todo el misterio
sobrenatural que posee la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que
explica que hayan sacerdotes que bailen en Misa, o que celebren Misa vestidos
de payasos -literalmente-, de raperos, de osos de peluche o incluso que
ambienten la Misa con objetos satánicos como los de Halloween, todo lo cual
está debidamente documentado. Esto es lo que explica la ausencia de sacralidad
en la música, la gran mayoría de la cual parecen pésimas baladas
pseudo-sentimentales de la década de los setenta, con letras religiosas; es lo
que explica que se haya perdido por completo la hermosa arquitectura de las
catedrales católicas, que reflejaban en la Edad Media lo sagrado, desde el
principio hasta el fin, reemplazando dichas catedrales por edificios vacíos de
sacralidad y llenos de mundanidad. Todo esto se produce cuando el hombre no
posee la luz del Espíritu Santo y cuando esto sucede, todo lo reduce al
estrecho límite de su comprensión, cayendo en un malsano racionalismo, dejando
de lado todo el misterio sobrenatural absoluto que, originándose en la
Trinidad, desciende sobre la Iglesia y se manifiesta en su arquitectura, en su
música, en su prédica. Lo más grave de todo es la pérdida del sentido
sobrenatural en cuanto a Jesús -no se lo considera más el Hombre-Dios ni
tampoco que prolongue su Encarnación en la Eucaristía- y en cuanto a su
misterio pascual, que es salvar a la humanidad de la eterna condenación para
conducirla al Reino de los cielos, reduciendo el contenido de su mensaje a una
serie de consejos de auto-ayuda que ni siquiera son útiles para la vida de
todos los días, dando la impresión de que la Iglesia es una especie de ONG
religiosa que se encarga de la ecología y del medio ambiente y no de la
salvación de las almas, de la lucha contra las pasiones y contra el Enemigo de
Dios y de los hombres, el Ángel caído, Satanás.
Nuestra
religión católica es una religión de misterios y así lo dice el Misal Romano ya
al inicio de la Misa: “Hermanos, confesemos nuestros pecados para que podamos
participar dignamente de estos sagrados misterios”. El sacerdote da la
absolución de los pecados veniales al inicio de la Misa, para que participemos
con dignidad de un misterio, el misterio más grande de todos, la renovación
incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, que se llevará a cabo
por la liturgia eucarística. La Eucaristía es un misterio -que nos alimentemos
con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de Dios-, la
Confesión es un misterio -que la Sangre del Cordero caiga sobre nuestras almas
quitándonos nuestros pecados-, la Confirmación es un misterio -que recibamos a
la Tercera Persona de la Trinidad en nuestras indignas almas-; en definitiva,
toda nuestra religión es un misterio sobrenatural absoluto y si Jesús no nos
infunde su Espíritu Santo, si Jesús no nos ilumina con su luz divina, caemos en
el peor de los racionalismos, que nos impide precisamente vivir y practicar
nuestra religión como una religión de misterios absolutos originados en la
Santísima Trinidad, reduciendo todo a lo que hacen los protestantes, una simple
reunión fraterna religiosa en donde se recuerda con la memoria la Última Cena y
reduciendo al cristianismo a una especie de terapia de auto-ayuda emocional y
afectiva, que tiene que acompañarse de lastimosos cantos sensibleros para
despertar emociones de auto-compasión en los que se dicen cristianos. Esto
último es lo que sucede en una secta evangelista, pero no es la religión
católica. Además de pedir el perdón de los pecados al inicio de la Santa Misa,
debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo para que, iluminados por su luz
divina, participemos dignamente de los Santos Misterios del Altar Eucarístico,
la Santa Misa.
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