(Domingo IV - TP - Ciclo B – 2024)
“Yo Soy
el Buen Pastor” (Jn 10, 11-18). En esta parábola de Jesús, hay cuatro
protagonistas: el Buen Pastor, que da la vida por las ovejas; el mal pastor o
pastor asalariado, a quien no le importan las ovejas, sino el salario, la paga,
es decir, trabaja solo para cobrar a fin de mes; el lobo, que desea destruir a
las ovejas; finalmente, las ovejas, que a su vez se clasifican en dos grupos:
las que “conocen la voz del Buen Pastor” y lo siguen dondequiera que vaya, y
las ovejas que “todavía no están en el redil”, pero que son “propiedad del Buen
Pastor”.
¿Qué o a
quién representan cada uno de los personajes de la parábola?
El Buen
Pastor es, obviamente, Nuestro Señor Jesucristo, quien da la vida por sus
ovejas, es decir, por las almas, en el Santo Sacrificio del Calvario. Él ama a
sus ovejas, ama a las almas que Él mismo creó y que ahora están en peligro de
muerte eterna y por eso no duda en dar su vida en rescate por las almas; el
cayado del Buen Pastor es su Cruz, la Santa Cruz de Jesús y es con el cual va
al rescate de sus ovejas. Cuando una de sus ovejas, aun escuchando la voz del
Buen Pastor, decide alejarse de su Presencia, decide apartarse de los
sacramentos y de la oración y así por culpa propia se pierde, extraviando el
camino, y cae por un barranco -esa caída representa el pecado, sobre todo el
pecado mortal-, en la caída se lastima gravemente, se abre su piel, comenzando
a sangrar abundantemente, se quiebran sus huesos, al dar varios tumbos y
golpear con las rocas antes de llegar al fondo del barranco; una vez en el
fondo del barranco, la oveja, mal herida, no puede moverse por sí misma; está
herida de muerte, sangrando, con sus huesos quebrados y de no mediar un pronto
auxilio, morirá desangrada, de hambre y de sed o, lo que es más probable,
morirá por causa de las dentelladas que el lobo le asestará con sus afilados
colmillos. El Buen Pastor, Jesucristo, dejando a buen resguardo a las otras
ovejas, sale con su cayado, con la Santa Cruz y con ella baja al barranco,
desciende a las profundidades del abismo en el que el alma ha caído a causa de
sus pecados y la cura con el aceite de su amor misericordioso, la venda con la
gracia santificante, la alimenta con su Carne y con su Sangre, la carga sobre
sus hombros y la lleva, barranco arriba, para ponerla a salvo de una muerte
segura a manos del lobo.
El mal
pastor o pastor asalariado es cualquier sacerdote de la Iglesia Católica al que
no le importa la salud espiritual de las almas, solo le importan las ganancias
materiales que pueda llegar a obtener. Al mal pastor, le da lo mismo si sus
ovejas adoran a la Santa Muerte, al Gauchito Gil, a la Difunta Correa; le da lo
mismo si usan la cinta roja para la envidia, o la mano de Fátima, o el árbol de
la vida, o el ojo turco. Cuando el mal pastor detecta señales de la presencia
del Ángel maligno, del Ángel caído, huye, dejando a las ovejas a su suerte, sin
protegerlas con la Santa Cruz de Jesús. El Mal Pastor por excelencia es el
Anticristo, el cual entrega a las ovejas al Lobo del Infierno; los otros malos
pastores, son participantes de la malicia del Mal Pastor.
El lobo
representa al Lobo Infernal, el Demonio, Satanás o Lucifer, el Príncipe de las
tinieblas, el Padre de la mentira, el cual quiere apoderarse de lo que no le
pertenece, las ovejas, es decir, las almas. Todas las almas le pertenecen a
Dios Trinidad, por ser Él quien las creó, las redimió y las santificó, pero el
Demonio, en su soberbia, en su orgullo, en su extrema malicia, pretende que las
almas sean suyas y por eso pide a sus seguidores que lo adoren, a cambio de
cosas que él no puede dar, como salud, dinero, amor. Es un mentiroso y un “homicida
desde el principio”, como dice Jesús, porque a las almas a las que él ataca y
logra seducir, las hace caer en pecado mortal, muriendo así a la vida de la
gracia. El Único que puede hacerle frente es el Buen Pastor, Jesucristo, quien se
enfrenta con el Lobo del Infierno con su Santa Cruz y lo pone en fuga,
alejándolo de las almas y esto lo hace a través de los sacramentos, de los
sacramentales, de la fe y del amor que el alma tiene a Jesucristo.
Las ovejas
representan a las almas de los bautizados, a los fieles que pertenecen a la
Iglesia Católica; quienes rezan, cumplen los Mandamientos de la Ley de Dios,
cumplen los consejos evangélicos de Jesús, frecuentan los sacramentos, hacen
adoración eucarística, asisten a Misa y reciben a Jesús Eucaristía en estado de
gracia, son las almas que “conocen la voz” del Buen Pastor, saben quién es Jesús,
lo reconocen en cuanto lo oyen y lo siguen. En cambio las ovejas o almas que no
se alimentan de la Eucaristía, que no se confiesan, que no obran la
misericordia, no saben quién es Jesús, no lo reconocen por su voz y no sabe
dónde está. Las ovejas que son del Buen Pastor y no están todavía en el redil,
son las almas de personas de buena voluntad que, por haber nacido en el seno de
una secta, se encuentran en las sectas o falsas iglesias, pero en cuanto
reciban la gracia de la conversión, dejarán las sectas para incorporarse a la
Iglesia Católica; cuándo sucederá eso, solo Dios lo sabe.
“Yo Soy
el Buen Pastor”. Debemos preguntarnos qué clase de ovejas somos: si somos las
ovejas o almas que conocen a la voz del Buen Pastor y lo siguen dondequiera que
vaya, o si somos ovejas que andamos descarriadas, que no escuchamos las advertencias
de peligro del Buen Pastor, que nos previene de las ocasiones de pecado e
igualmente caemos en él, siendo luego fáciles presas del Lobo Infernal. Pidamos
a la Buena Pastora, la Virgen María, de reconocer siempre la voz del Buen
Pastor, Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, para que nunca nos apartemos
del rebaño pequeño y fiel aquí en la tierra, para que luego adoremos al Cordero
por la eternidad en los cielos.
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