“El que no cree en el Hijo ya está condenado” (Jn
3, 16-21). En estos tiempos, en los que predomina en ciertos ambientes
eclesiásticos una falsa concepción de la Misericordia Divina -Dios perdona
todos los pecados, sin importar si hay o no arrepentimiento, lo cual es falso,
porque la Misericordia Divina perdona los pecados solo cuando hay
arrepentimiento-, las palabras del Evangelio, fuertes y precisas, van en contra
de esta falsa concepción de la Misericordia de Dios: “En el que no cree en el
Hijo ya está condenado”. Es decir, quien no cree en Jesucristo -el Jesucristo
de la Iglesia Católica, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, que
prolonga su Encarnación en la Eucaristía-, aun ya desde esta vida “está
condenado”, en el sentido de que, si se produjera su muerte en este estado de
incredulidad, efectivamente se condenaría, irreversiblemente, en el Infierno. No
se pude contradecir a la Palabra de Dios, ni se puede intentar tergiversar su
contenido, porque sería una temeridad, de manera que solo cabe una
interpretación y es interpretar lo que la Palabra de Dios dice textualmente. Al
referirse a los que “no creen en Cristo” -y por lo tanto ya están condenados-,
se refiere no solo a los ateos, quienes al no creer en Dios no creen obviamente
en el Hijo de Dios, sino también a quienes creen en un cristo falso, como los
protestantes, evangelistas, judíos, o como quienes creen en deidades que son
demonios, como las religiones panteístas de tipo oriental y cualquier clase de
secta. A todos estos les cabe la advertencia de la consecuencia de no creer en
el Único y Verdadero Cristo: ya están condenados. Pero también están comprendidos
muchísimos católicos, quienes por ignorancia culpable, por moda, por esnobismo,
por descuido de su fe católica o por alguna otra razón, no creen en el Único y
Verdadero Cristo, que está presidiendo, como Rey que es, a la Iglesia Católica,
desde su trono real, el sagrario, en la Eucaristía. A estos católicos también
les cabe la advertencia, que sería así: “El que no cree en el Señor Jesús, Hijo
de Dios, Presente en la Eucaristía, ya está condenado”. No hay términos medios:
o creemos en la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y así salvamos
nuestras almas, o rechazamos esa Presencia y nos condenamos. Por supuesto que,
mientras vivamos en el tiempo, hay tiempo de acudir a la Divina Misericordia,
para pedir perdón por el pecado de incredulidad y así comenzar el camino de la
conversión y de la salvación, pero a ese camino hay que emprenderlo de una vez,
porque el tiempo pasa, se acaba y no vuelve más y, además, lamentablemente, son
muchísimos los católicos que, paradójicamente, cometen el mismo error de los ateos,
los protestantes, los judíos, los evangelistas y los sectarios: no creen en
Jesús Eucaristía. Si queremos salvar nuestras almas y las de nuestros seres
queridos, pidamos la gracia de no caer nunca en el pecado de incredulidad o
bien de salir de él, si es que ya estamos en él, para así dar inicio a nuestra
salvación en Jesús Eucaristía.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.
miércoles, 10 de abril de 2024
“El que no cree en el Hijo ya está condenado”
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