“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6,
44-51). Jesús se nombra a Sí mismo como “Pan Vivo bajado del cielo”. Para contraponer
esta figura nueva, jamás aplicada por nadie para sí mismo como lo hace Jesús,
trae a la memoria el maná del desierto, al cual los judíos consideraban como al
“pan bajado del cielo”. Es verdad que el maná del desierto era un “pan bajado
del cielo” y en esto se parece a Jesús, quien se auto-proclama como “Pan bajado
del cielo”, pero las diferencias con el Pan que es Jesús son mayores que las coincidencias.
La única similitud es que ambos vienen del cielo: el maná, porque es un pan
dado por Dios, por un milagro divino; el Pan Vivo que es Jesús, también viene
del cielo y es un milagro divino, por cuanto es un don de Dios Padre. Las diferencias
consisten en que el maná del desierto era un pan material, que alimentaba el
cuerpo -por eso Jesús les dice que sus padres comieron ese pan pero murieron- y
que solo les servía para que no muriesen por hambre en su peregrinar hacia la
Jerusalén terrena. El maná del desierto, entonces, era un pan material, que
saciaba el hambre corporal y que impedía solamente la muerte corporal por
inanición y su substancia era una substancia similar al pan terreno que el
hombre consume todos los días. En otras palabras, puede decirse con toda razón
que era un “pan muerto”, sin vida, en el sentido de que al ser material, no
tenía vida en sí mismo, aunque servía para conservar la vida terrena.
El Pan Vivo bajado del cielo, que es Jesús, se
diferencia en cambio porque es un Pan, precisamente, “vivo”, porque tiene vida
en Sí mismo, desde el momento en que posee la Vida Eterna, que es la vida del
mismo Señor Jesús. Al ser un “Pan Vivo”, que vive con la vida eterna, comunica
de esta vida eterna a quien lo consume con fe, con amor y con piedad y en
estado de gracia y es esto lo que dice Jesús: “El que coma de este pan vivirá
eternamente”, es decir, si bien morirá en la primera muerte, la muerte
corpórea, no sufrirá la segunda muerte, que es la eterna condenación, porque al
haberse alimentado en esta vida con la Sagrada Eucaristía, el Pan Vivo bajado
del cielo, posee ya en esta vida, en germen, la vida eterna, vida que se
desarrollará en su plenitud en el momento de pasar por el umbral de la muerte,
de esta vida a la otra. El Pan Vivo bajado del cielo, que es la Eucaristía, el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, concede
la vida eterna, la vida divina de la Trinidad, a quien lo consume con fe y con
amor y por eso no “morirá eternamente”, sino que “vivirá eternamente”, porque
el alma se alimenta con la substancia divina de la Trinidad, que es eterna por
definición.
“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”. Quien se
alimenta de la Eucaristía, posee ya en germen, la vida eterna, la vida misma de
la Santísima Trinidad, la vida del Sagrado Corazón de Jesús. Si alguien
comprendiera estas verdades de la fe católica, no dejaría pasar ni un solo día
sin alimentarse de la Eucaristía.
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