“Señor,
que pueda ver” (Mc 10, 46-52). Jesús,
que es la Misericordia Divina encarnada, se estremece de amor hacia el ciego
Bartimeo, quien le suplica “poder ver”. Guiado por su infinito amor hacia los
hombres, Jesús le concede la vista y Bartimeo comienza de inmediato a percibir
el mundo mediante sus ojos corporales. Algo a tener en cuenta es que Bartimeo,
si bien era ciego físicamente, corporalmente, pues sus globos oculares estaban
atrofiados y esa era la razón de su ceguera, sin embargo, poseía otra visión,
una visión espiritual, que es el don de la fe en Cristo, pero no como un
profeta o como un hombre santo, sino como Dios Hijo encarnado. Esto explica,
por un lado, que Bartimeo pidiera a Jesús un milagro que sólo Dios puede hacer,
como el devolver la vista, lo cual quiere decir que creía en Cristo como Dios y
no como el “hijo del carpintero”; por otro lado, Bartimeo se dirige a Jesucristo
llamándolo “Hijo de David” y también “Maestro”, ambos títulos reservados para
el Mesías de Israel, lo cual indica que creía en Jesús como Mesías y Redentor de
la humanidad. Por último, Bartimeo se postra ante Jesús, lo cual es un indicio
externo de la adoración espiritual interna que el alma tributa al Verdadero
Dios. Entonces, Bartimeo ya tenía una visión superior a la corporal, que es la
visión de la fe; ahora, por el milagro de Jesús por el que le devuelve la vista
física, posee también la capacidad de ver a través del sentido de la visión
corporal.
“Señor,
que pueda ver”. Hoy en día, muchos católicos poseen el don de la vista
corporal, puesto que pueden ver el mundo material con los ojos del cuerpo, pero
sin embargo, paradójicamente, al revés que Bartimeo, son ciegos del espíritu,
porque son incapaces de ver, por la fe, a Cristo Dios en la Eucaristía. Muchos católicos,
aunque son capaces de ver el mundo material con los ojos del cuerpo, son
incapaces de ver a Jesús, resucitado y glorioso, en la Eucaristía y por eso se
encuentran en una situación infinitamente más desgraciada que Bartimeo, porque
si bien Bartimeo era ciego corporalmente, sin embargo poseía la luz de la fe,
con la cual contemplaba a Cristo como Hijo de Dios encarnado. Parafraseando a
Bartimeo, digamos nosotros a Jesús Eucarstía: “Señor Jesús, ilumina los ojos
del alma con la luz de la fe, para que pueda contemplarte, amarte y adorarte en
tu Presencia Sacramental, en la Sagrada Eucaristía”. Y, al igual que Bartimeo,
postrémonos en adoración y acción de gracias ante Jesús Eucaristía.
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