“Yo
Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn
14, 1-6). Jesús está revelando a sus discípulos, de manera velada e implícita,
el desenlace de su misterio pascual de Muerte y Resurrección: Él, a través de
su muerte en Cruz, pasará de esta vida a la vida eterna, la vida del Reino de
los cielos y lo hará para preparar una morada para cada uno de sus discípulos;
una vez que lo haya llevado a cabo, regresará para llevar, a sus discípulos, a
la Casa de su Padre, para que donde esté Él, estén todos los que lo aman. Los discípulos
no entienden de qué está hablando Jesús, o mejor aún, lo entienden según el
límite de la razón humana: piensan que Jesús irá a un lugar, tal vez un poco
retirado de Jerusalén, en donde preparará una serie de casas o habitaciones,
para luego regresar y llevar a sus discípulos a vivir en esta especie de “pueblo
religioso”. Es decir, los discípulos piensan dentro de los límites del
intelecto humano y son incapaces, por lo tanto, de superar esta estrechez natural
de miras que tiene la razón humana en relación a los misterios sobrenaturales
absolutos de Dios Uno y Trino. Jesús, como dijimos al principio, les está
revelando su misterio pascual de Muerte y Resurrección, les está diciendo que
morirá corporalmente, en la Cruz, para ascender glorificado al cielo, para allí
preparar una morada para cada uno de sus discípulos y para regresar luego, al
fin del mundo, con el objetivo de llevarlos a ese Reino de los cielos a quien
lo ame, es decir, a quien haya deseado vivir y morir en gracia, cargando la
Cruz de cada día, negándose a sí mismo y siguiéndolo a Él por el Camino Real de
la Cruz, el Via Crucis. Jesús habla en un plano sobrenatural, divino, mientras que
los discípulos entienden sus palabras en un plano terrenal, natural, humano y
por eso no comprenden lo que Jesús les dice. Porque no entienden adónde va
Jesús, es que Tomás dice: “Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo podemos saber el
camino?”. Entonces Jesús simplifica la respuesta, revelando la esencia de su
misterio salvífico: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Si no saben el
Camino –si no sabemos el Camino- que conduce al Reino de los cielos, lo único
que debemos hacer es seguir a Jesús por el Camino Real de la Cruz, el Via
Crucis, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo; si no sabemos cuál
es la Verdad acerca de Dios y de nuestro destino final, Jesús es la Verdad
Absoluta de Dios, encarnada en una naturaleza humana, que nos revela los
secretos inaccesibles del Ser divino trinitario y el destino último de
salvación al que estamos llamados; si no sabemos cuál es la Vida que hemos de
vivir, lo que debemos hacer es alimentarnos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, la
Sagrada Eucaristía, para recibir la Vida Eterna de la Santísima Trinidad, que
se nos dona en cada comunión eucarística.
“Yo
Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús les revela esta verdad a sus
discípulos, aun antes de cumplir su misterio salvífico redentor, antes de pasar
por la Pasión, la Muerte y la Resurrección. También a nosotros nos dice: “Yo
Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, pero nos lo dice habiendo ya atravesado su
misterio salvífico en la Cruz, habiendo ya resucitado, habiendo ya ascendido a
la Casa del Padre para prepararnos una morada. Jesús nos lo dice desde un lugar
muy especial, desde el sagrario, desde la Eucaristía, porque Jesús en la
Eucaristía es el Camino para ir al seno del Padre; es la Verdad Absoluta sobre
Dios Uno y Trino; es la Vida Eterna de la Trinidad que se nos dona en cada
comunión. Ningún cristiano –ningún católico- puede decir que “no sabe para qué
está en esta vida”; ningún católico puede decir que “no sabe dónde va”, porque
vamos hacia la Morada Santa, hacia la Jerusalén celestial, hacia el seno del
Padre y el Camino, la Verdad y la Vida para alcanzar el objetivo de nuestro
paso por la tierra es Jesús Eucaristía.
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