jueves, 17 de junio de 2021

“Si quieres, puedes curarme”

 


“Si quieres, puedes curarme” (Mt 8, 1-4). Un leproso se acerca a Jesús, se postra ante Él y le pide ser curado, si es voluntad de Jesús: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús, que ama a la humanidad y sobre todo a la humanidad caída y enferma, movido por el Amor de su Corazón misericordioso, lo cura instantáneamente, con su poder divino.

En este episodio evangélico, además del milagro de Jesús, que revela su infinita misericordia y su omnipotencia divina, hay algo en lo que podemos detenernos a reflexionar y es en la actitud del leproso, puesto que nos deja muchas enseñanzas. Antes de continuar, debemos considerar que en el leproso debemos reflejarnos todos y cada uno de nosotros, porque la lepra es figura del pecado: así como la lepra destruye al cuerpo y en algunos casos llega a quitarle la vida, así el pecado destruye al alma y, si es pecado mortal, le quita la vida del alma, dejando al alma sin la gracia, que es su vida. Entonces, así como el leproso está enfermo de lepra y cubierto de heridas, así está el alma cuando no tiene la gracia, cubierta por el pecado y herida por el pecado.

Con respecto al leproso, hay que destacar su fe en Jesús: no es una fe cualquiera, no es una fe humana, como la fe que tienen los seguidores de un líder político o religioso en su líder; es una fe sobrenatural, puesto que cree en Jesús como Dios Hijo y esto se deduce del título con el que se dirige a Jesús, el de “Señor”. Los judíos llamaban a Dios con ese título, con el título de “Señor”, por lo que, al decirle “Señor”, lo está reconociendo como Dios.

Otra actitud que demuestra que el leproso cree en Jesús como Dios y no como simple hombre santo o profeta, es su postración ante Jesús y esto lo dice explícitamente el Evangelio: el leproso “se postró ante Él”, ante Jesús y esto lo hace antes de pedirle la curación. Es decir, se postra porque reconoce en Jesús a Dios Hijo encarnado y no a un simple hombre bueno o santo. Es decir, el leproso, al acercarse a Jesús, se postra, lo adora como a Dios que Es.

Otro ejemplo que nos deja el leproso es la forma en que hace la petición a Jesús: si bien el leproso se acerca a Jesús con la intención de que Jesús lo cure, porque quiere ser sanado de la lepra, no le dice directamente: “Señor, sáname”, o “Señor, cúrame”. Al leproso le importa algo más importante que su propia salud y es cumplir la voluntad de Dios y es por esto que le dice a Jesús: “Señor, si quieres, puedes curarme”. El leproso no le pide la curación, le pide que se haga la voluntad de Jesús en él: si Jesús quiere, lo curará; si Jesús no quiere, no lo curará y él aceptará cualquiera sea la voluntad de Jesús. Esta petición es ejemplar para nosotros, puesto que cuando sufrimos alguna tribulación, alguna enfermedad, alguna contrariedad, por lo general, cuando nos dirigimos a Dios, pedimos ser curados, ser sanados de la enfermedad, o ser librados de la tribulación, o cosas por el estilo, pero nunca o casi nunca, pedimos lo que el leproso: que se haga la voluntad de Dios. A su vez, es la petición que Jesús hace en el Huerto de los olivos: Jesús no quiere morir, pero no quiere que se cumpla su voluntad, sino la del Padre: “Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

“Si quieres, puedes curarme”. Aprendamos las lecciones que nos deja el leproso del Evangelio, postrémonos ante Jesús Eucaristía y le pidamos que se cumpla su voluntad en nuestras vidas.

 

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