sábado, 18 de abril de 2020

“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna”




“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna” (Jn 3, 5a.7b-15). En su diálogo con Nicodemo Jesús anticipa, de forma misteriosa, su misterio pascual de muerte y resurrección. Para hacerlo, trae a la memoria el episodio de Moisés en el desierto, cuando aparecieron las serpientes venenosas y Dios le ordenó construir una serpiente de bronce para que todo el que la contemple, quede curado. En efecto, Jesús hace la analogía entre el episodio de la serpiente elevada en alto por Moisés y aplica ese episodio a Él mismo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Es decir, para que los hombres seamos salvados de nuestros pecados, para que la muerte y el demonio sean derrotados definitivamente y para que alcancemos la vida eterna por la gracia, es necesario que Jesús sea “elevado en lo alto”, crucificado.
“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna”. Así como en el desierto todos los que miraban a la serpiente de bronce elevada por Moisés se curaban milagrosamente, así también, de manera análoga, todos los que miran con piedad y con amor a Cristo crucificado reciben la gracia de la conversión y así son curados de la peor enfermedad espiritual que pueda un alma tener en esta vida y es el ateísmo; además, quien contempla a Cristo crucificado, recibe algo inimaginable, imposible de ser captado por los sentidos e imposible de ser apreciado en su real magnitud y es la vida eterna. Entonces, quien contempla a Cristo elevado en lo alto, crucificado, recibe la gracia de la vida eterna. Esto significa que cuanto más contemplemos a Cristo crucificado -cuanto más lo contemplemos en la Eucaristía, en la Santa Misa, en donde se renueva el Santo Sacrificio del Calvario-, tanto más incoada tendremos en el alma la vida eterna, vida que luego se desplegará en su plenitud en el Reino de los cielos.

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