“Sólo
hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc
17, 7-10). Para comprender la enseñanza de Jesús, debemos saber cuál es su
significado de la misma al interno de su misterio pascual de muerte y
resurrección. Así, el dueño del campo que al regresar le ordena a su servidor
que le prepare la cena, es Él, el Hijo de Dios, que ha de regresar, sea en el
momento de nuestra muerte terrenal, o en el Día del Juicio Final y nos pedirá
cuentas de lo que hemos hecho; el servidor, que debe mostrarse obediente frente
a su señor, es el alma del bautizado, que ha sido creada para amar a Dios, para
servirlo y adorarlo, y no para otra cosa. Somos siervos de Dios; hemos sido
creados por Él y para Él y por eso no podemos
tener otra ley que la Ley Divina, los Diez Mandamientos y guardarlos,
cumplirlos. Es decir, cuando se produzca el encuentro entre el alma y Jesús,
Nuestro Dios y Señor, Jesús nos pedirá cuentas de lo que hayamos obrado, pero
sólo si hemos obrado la misericordia y observado y cumplido los Diez
Mandamientos, sólo entonces podremos decir: “Sólo hemos hecho lo que teníamos
que hacer”.
Tenemos
una obligación de amor para con Dios, porque Él, por amor, nos rescató del
pecado, nos libró de la muerte eterna y nos abrió las puertas del Reino de los
cielos, adoptándonos como hijos en el Bautismo. El cumplir los Mandamientos de
Dios –los Diez Mandamientos- y los de Cristo –cargar la cruz de cada día y
seguir en pos de Él- no son para nosotros un objeto de elección: es nuestra
obligación espiritual y moral, porque tenemos una deuda infinita de amor para
con Dios y sólo así la podemos saldar, obrando como cristianos, como hijos de
Dios.
“Sólo
hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Podemos considerarnos afortunados por
haber recibido el Bautismo y haber sido convertidos en hijos de Dios: obremos
como corresponde a los hijos de Dios, carguemos nuestra cruz de cada día,
sigamos a Jesús por el Camino del Calvario, vivamos en gracia, obremos la misericordia, y así, luego de “haber hecho lo que
teníamos que hacer”, obtendremos un premio inmerecido, el Reino de los cielos.
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