(Domingo
VIII - TO - Ciclo C – 2022)
“Cada árbol se conoce por su propio fruto” (Lc 6,
39-45). Jesús nos da la clave para saber cuál es el espíritu que gobierna en el
corazón del hombre y para ello utiliza dos imágenes, la de un árbol bueno, con
sus frutos buenos y la de un árbol malo, con sus frutos malos: entonces, así
como un árbol bueno, en buen estado de salud, da frutos buenos, saludables, así
una persona buena, cuyo corazón es bueno, da frutos de bondad; de la misma
manera, así como de un árbol malo, el árbol que se está secando, da frutos
malos, frutos secos, sin sabor, así también una persona mala, cuyo corazón es
malo, sólo da frutos de malicia.
Ahora bien, a partir de Cristo, el concepto de bondad y
maldad se amplía, puesto que Él viene a traernos la gracia santificante, que
nos hace partícipes de la Bondad de Dios y eso es la santidad; por otra parte,
quien no participa de la gracia, vive bajo el dominio del pecado y es el pecado
el que lo lleva a participar del pecado del Ángel caído, el Demonio. Es decir,
a partir de Cristo, el árbol bueno es el alma que vive en estado de gracia y da
frutos de santidad, mientras que el árbol malo es el alma que no vive en gracia
y que por eso da frutos de pecado.
¿Cuáles son los frutos de santidad? Cuando el alma está en
gracia, dijimos que participa de la Bondad de Dios y esto es lo que sucedió con
los santos, que eran buenos pero no con una simple bondad humana, sino que eran
santos, que quiere decir que eran buenos con la Bondad de Dios. Esta bondad
divina de la que participaban los santos es la que los llevó a vivir una vida
no humana, sino divina, aun cuando vivían en la tierra: por ejemplo, es la
bondad que poseía el Padre Pío, la Madre Teresa, o Santo Tomás, o cualquier
santo de la Iglesia Católica. Ellos son los máximos ejemplos de los frutos de
bondad y santidad divina que pueden dar las almas cuando estas participan de la
bondad del Sagrado Corazón de Jesús.
Por otra parte, los frutos de malicia, son los frutos de la
concupiscencia consentida, es decir, el pecado: la maledicencia, la calumnia,
la difamación, la mentira, el engaño, la violencia, la deshonestidad, el robo y
toda clase de obras malas. Todos estos frutos malos, los frutos envenenados del
mal, surgen de los corazones oscuros, de los corazones que no están iluminados,
santificados y purificados por la gracia santificante del Corazón de Cristo,
que se nos comunica a través de los sacramentos, sobre todo la Confesión
Sacramental y la Eucaristía.
“Cada árbol se conoce por su propio fruto”. Si en nuestros
corazones inhabita el Espíritu Santo, por obra de la gracia, entonces daremos
frutos de santidad; si en nuestros corazones no está la gracia, sino la
oscuridad del pecado, entonces daremos frutos de malicia. El corazón bueno da frutos
de bondad; el corazón que no tiene bondad, da solo frutos malos. Cada uno elige
qué clase de frutos quiere dar, a Dios y al prójimo.
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