(Domingo
XXII - TO - Ciclo B – 2021)
“Es
del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Al ver
que los discípulos de Jesús no cumplen con los requisitos legales del lavatorio
ritual de las manos antes de comer, los fariseos ven la oportunidad de atacar a
Jesús para hacerlo quedar en evidencia, a Él y a sus discípulos, por la
presunta falta cometida[1].
Para los fariseos, constituía una grave falta el comer sin lavarse las manos,
pero no porque se tratara de una medida higiénica, sino porque los fariseos no
sólo se preocupaban por la observancia de los preceptos escritos de la ley
mosaica relativos a la impureza legal, sino también por la tradición de los
ancianos, la interpretación de la ley escrita y las demás disposiciones
establecidas por los antiguos rabinos. En otras palabras, para los fariseos, la
interpretación que los rabinos hacían de la ley de Moisés estaba al mismo nivel
que la ley de Moisés, de ahí el reproche a Jesús y sus discípulos: los
discípulos de Jesús habían transgredido una de estas tradiciones rabínicas, lo
cual equivalía a transgredir la ley misma, porque para los fariseos tenían el
mismo nivel de obligatoriedad[2].
Ahora bien, Jesús, lejos de darles la razón, les reprocha a
su vez y les pone en tela de juicio el principio de estas tradiciones y
denuncia la falta de sinceridad y la hipocresía que caracteriza a la conducta
de los fariseos. Jesús cita a Isaías y aplica la cita a los fariseos: “¡Qué
bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan
doctrinas que no son sino preceptos humanos!”. Y luego agrega: “Ustedes
dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los
hombres”. Lo que Jesús les quiere hacer notar con esta cita de Isaías y con su
reproche es que los fariseos, en sus deseos por mantener las tradiciones que se
originaban en los hombres –en los rabinos-, se olvidaban de las obligaciones
fundamentales de la ley de Dios. En otras palabras, los fariseos tenían dos
tradiciones: una, de origen humano, la interpretación de los rabinos; la otra,
la ley de Dios y el error consistía en que ponían al mismo nivel la
interpretación rabínica, humana, de la ley de Dios y a la ley de Dios en sí
misma, llegando incluso a hacer prevalecer la ley rabínica por encima de la ley
de Dios. Es este grave error el que les reprocha Jesús, porque en la vida
cotidiana, el poner en práctica la tradición rabínica, llevaba a anular la ley
de Dios. Es decir, por lavarse las manos antes de comer, por ejemplo, se
olvidaban del amor a Dios y al prójimo; para ellos era más importante el
aspecto sanitario de la ley rabínica, por así decirlo, que el aspecto
espiritual de la ley de Dios, que mandaba amar a Dios y al prójimo. Otro
ejemplo de esta hipocresía farisaica se da en el cumplimiento del Cuarto
Mandamiento, que manda asistir a los padres cuando estos se encuentran en
necesidad: para esquivar este mandamiento y para no tener que dar a los padres
ninguna ayuda material, los fariseos declaraban a sus bienes materiales como
sagrados, utilizando la palabra “corbán”, con lo cual, según ellos, quedaban
exentos de ayudar a los padres. En otras palabras, si tenían cinco monedas de
plata con la que podían ayudar a los padres, los fariseos decían: “Estas cinco
monedas son corbán”, es decir, las declaraban como destinadas al templo, con lo
cual, la acción que realizaban se ponía en clara contradicción con la ley de
Dios, que mandaba en el Cuarto Mandamiento ayudar a los padres. De estos graves
abusos está repleto el Talmud, que es el libro de las interpretaciones
rabínicas de la ley, al cual ponen por encima de la ley de Dios: para los
judíos, tiene más valor lo que los rabinos interpretan de la ley de Dios, que la
ley de Dios misma, por eso Jesús les dice que siguen preceptos humanos y no la
ley de Dios.
Por último, luego de desenmascararlos en su cinismo e hipocresía
y en su falso cumplimiento de la ley de Dios, porque anteponen las leyes
rabínicas a la ley divina, Jesús revela cuál es la verdadera impureza del
hombre, que no es material, corpórea, sino inmaterial y es el pecado, que nace
del corazón mismo del hombre, corrompido por el pecado original: “(Es) del
corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos,
los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el
desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas
estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Es decir, todo lo malo que
mancha al hombre, se origina en esa mancha original con la que nace el hombre
en su corazón y es el pecado y lo único que nos limpia de esa mancha
espiritual, es la gracia santificante, que se nos comunica por los sacramentos,
sobre todo el Sacramento de la Penitencia, que perdona pecados mortales y
veniales y también el Sacramento de la Eucaristía, que perdona pecados veniales
y nos concede a la Fuente Increada de la Gracia, el Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús.
Hagamos entonces el propósito de vivir en la verdadera pureza de cuerpo y alma, la que nos concede la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
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