sábado, 21 de agosto de 2021

“Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Al ver que los discípulos de Jesús no cumplen con los requisitos legales del lavatorio ritual de las manos antes de comer, los fariseos ven la oportunidad de atacar a Jesús para hacerlo quedar en evidencia, a Él y a sus discípulos, por la presunta falta cometida[1]. Para los fariseos, constituía una grave falta el comer sin lavarse las manos, pero no porque se tratara de una medida higiénica, sino porque los fariseos no sólo se preocupaban por la observancia de los preceptos escritos de la ley mosaica relativos a la impureza legal, sino también por la tradición de los ancianos, la interpretación de la ley escrita y las demás disposiciones establecidas por los antiguos rabinos. En otras palabras, para los fariseos, la interpretación que los rabinos hacían de la ley de Moisés estaba al mismo nivel que la ley de Moisés, de ahí el reproche a Jesús y sus discípulos: los discípulos de Jesús habían transgredido una de estas tradiciones rabínicas, lo cual equivalía a transgredir la ley misma, porque para los fariseos tenían el mismo nivel de obligatoriedad[2].

         Ahora bien, Jesús, lejos de darles la razón, les reprocha a su vez y les pone en tela de juicio el principio de estas tradiciones y denuncia la falta de sinceridad y la hipocresía que caracteriza a la conducta de los fariseos. Jesús cita a Isaías y aplica la cita a los fariseos: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos!”. Y luego agrega: “Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Lo que Jesús les quiere hacer notar con esta cita de Isaías y con su reproche es que los fariseos, en sus deseos por mantener las tradiciones que se originaban en los hombres –en los rabinos-, se olvidaban de las obligaciones fundamentales de la ley de Dios. En otras palabras, los fariseos tenían dos tradiciones: una, de origen humano, la interpretación de los rabinos; la otra, la ley de Dios y el error consistía en que ponían al mismo nivel la interpretación rabínica, humana, de la ley de Dios y a la ley de Dios en sí misma, llegando incluso a hacer prevalecer la ley rabínica por encima de la ley de Dios. Es este grave error el que les reprocha Jesús, porque en la vida cotidiana, el poner en práctica la tradición rabínica, llevaba a anular la ley de Dios. Es decir, por lavarse las manos antes de comer, por ejemplo, se olvidaban del amor a Dios y al prójimo; para ellos era más importante el aspecto sanitario de la ley rabínica, por así decirlo, que el aspecto espiritual de la ley de Dios, que mandaba amar a Dios y al prójimo. Otro ejemplo de esta hipocresía farisaica se da en el cumplimiento del Cuarto Mandamiento, que manda asistir a los padres cuando estos se encuentran en necesidad: para esquivar este mandamiento y para no tener que dar a los padres ninguna ayuda material, los fariseos declaraban a sus bienes materiales como sagrados, utilizando la palabra “corbán”, con lo cual, según ellos, quedaban exentos de ayudar a los padres. En otras palabras, si tenían cinco monedas de plata con la que podían ayudar a los padres, los fariseos decían: “Estas cinco monedas son corbán”, es decir, las declaraban como destinadas al templo, con lo cual, la acción que realizaban se ponía en clara contradicción con la ley de Dios, que mandaba en el Cuarto Mandamiento ayudar a los padres. De estos graves abusos está repleto el Talmud, que es el libro de las interpretaciones rabínicas de la ley, al cual ponen por encima de la ley de Dios: para los judíos, tiene más valor lo que los rabinos interpretan de la ley de Dios, que la ley de Dios misma, por eso Jesús les dice que siguen preceptos humanos y no la ley de Dios.

         Por último, luego de desenmascararlos en su cinismo e hipocresía y en su falso cumplimiento de la ley de Dios, porque anteponen las leyes rabínicas a la ley divina, Jesús revela cuál es la verdadera impureza del hombre, que no es material, corpórea, sino inmaterial y es el pecado, que nace del corazón mismo del hombre, corrompido por el pecado original: “(Es) del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Es decir, todo lo malo que mancha al hombre, se origina en esa mancha original con la que nace el hombre en su corazón y es el pecado y lo único que nos limpia de esa mancha espiritual, es la gracia santificante, que se nos comunica por los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia, que perdona pecados mortales y veniales y también el Sacramento de la Eucaristía, que perdona pecados veniales y nos concede a la Fuente Increada de la Gracia, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

         Hagamos entonces el propósito de vivir en la verdadera pureza de cuerpo y alma, la que nos concede la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 512.

[2] Cfr. Orchard, ibidem, 512.

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