martes, 19 de abril de 2011

Miércoles Santo

Que Cristo convierta con su gracia,
a nuestro corazón,
en un Nuevo Cenáculo,
en donde inhabite Él para siempre,
en el tiempo y en la eternidad.

¿Dónde prepararemos la Cena Pascual?” (cfr. Mt 26, 14-25). Los discípulos preguntan a Jesús dónde se celebrará la Cena Pascual. Debe ser un lugar muy especial, porque allí el Hombre-Dios Jesucristo, ofrecerá al mundo el don supremo de su Amor, la Eucaristía.

El Cenáculo de la Última Cena será testigo de la muestra máxima de amor que un Dios puede hacer por su criatura; en el Cenáculo de la Última Cena, Dios Uno y Trino obrará el prodigio más asombroso de todos sus prodigios asombrosos, el prodigio que brota de las entrañas de su Ser divino, la conversión del pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre de Jesús; en el Cenáculo, Dios Padre, junto a Dios Hijo, espirarán el Espíritu Santo, a través de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, para convertir la materia inerte y sin vida del pan y del vino, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quien de esta manera cumplirá su promesa de permanecer en el seno de su Iglesia “todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 20); en el Cenáculo de la Última Cena se cumplen las palabras del Apocalipsis: “Yo hago nuevas todas las cosas” (cfr. 21, 5), porque nunca antes un Dios había decidido quedarse entre los hombres bajo la apariencia de pan; nunca antes un Dios se había encarnado y dado su vida en cruz, y derramado su Sangre, y con su Sangre efundido su Espíritu, y nunca antes había existido una Cena Pascual en la que todo este maravillosísimo prodigio del Amor divino se renovaría, una y otra vez, cada vez que se hiciera memoria de ella; nunca antes una cena pascual, era al mismo tiempo un sacrificio, y un sacrificio de cruz, por el cual toda la humanidad no sólo es salvada del abismo de las tinieblas, sino que es conducida al seno de Dios Uno y Trino.

Nunca antes un Dios había dejado
su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad
en algo que parece pan, pero no lo es.

El Cenáculo de la Última Cena es un lugar especial, porque en él es Dios Padre en Persona quien prepara el banquete con el cual habrá de agasajar a sus hijos pródigos, los hombres: al igual que en la cena pascual de los judíos, en la que se servía carne de cordero asada, hierbas amargas, pan ázimo y vino, en esta cena Dios Padre también servirá unos manjares parecidos, pero mucho, mucho más exquisitos: Dios Padre servirá carne de Cordero, pero no la de un animal, sino la carne del Cordero de Dios, el Cuerpo resucitado de su Hijo Jesús; servirá hierbas amargas, pero no las que se cultivan en la huerta, sino las hierbas amargas de la tribulación de la cruz; servirá pan sin levadura, pero no el que se amasa con harina y agua, sino el Pan que es el Cuerpo de Cristo, el Pan que da la Vida eterna, el Pan que contiene y comunica la vida misma de Dios Trinidad; servirá vino, sí, pero no el vino que se obtiene de la vid de la tierra, sino el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, un Vino Nuevo, que se obtiene de la vendimia de la Pasión; un Vino que se obtiene al triturar la Vid celestial, Jesucristo, y este Vino es su Sangre, que se sirve en la Última Cena, en el cáliz de bendición, y se derrama en la cruz; es un Vino verdaderamente celestial, porque no es vino sino Sangre del Cordero, y como es Sangre del Cordero, tiene dentro de sí al Espíritu Santo, el Amor de Dios.

¿Dónde prepararemos la Cena Pascual?”. Él contestó: ‘Vayan a la ciudad, a la casa de Fulano, y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora ha llegado. Deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’”. Los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y prepararon la habitación, la cual se transformó, por la Presencia de Cristo en ella, de simple habitación de una casa común, en el Cenáculo de la Última Cena, en donde Cristo dejó la muestra de su Amor misericordioso, la Eucaristía. La Presencia de Jesús convirtió a la habitación del dueño de casa, en el lugar más preciado para los cristianos, porque allí el Hombre-Dios celebró su Pascua, por medio de la cual nos salvó y nos dejó su Presencia Eucarística.

En la Última Cena, Jesucristo nos deja
la suprema muestra de amor,
la Eucaristía,
que es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

Pero si ayer eran los discípulos quienes preguntaban a Jesús dónde preparar la Última Cena, hoy es la Iglesia quien nos hace la misma pregunta: “¿Dónde prepararemos la Cena Pascual?”. Y es Jesús quien nos dice: “Deseo celebrar la Pascua en tu casa”. Cristo desea celebrar la Pascua en nuestra casa, en nuestra alma, en la habitación más preciada de esta casa, el corazón, y desea transformar, con su Presencia, nuestro corazón, de simple corazón humano, en un corazón que sea la imitación y prolongación de su propio Corazón. Nuestra casa es nuestra alma, nuestro corazón, y Cristo quiere inhabitar en él, quiere hacer de él un Nuevo Cenáculo, en donde inhabitar para siempre.

Dispongamos entonces el corazón, en Semana Santa, con oración, penitencia, ayunos, sacrificios, obras de misericordia, para que Cristo convierta, con su gracia, nuestro corazón en un Cenáculo en donde permanezca Él para siempre, en el tiempo y en la eternidad.

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