miércoles, 6 de abril de 2011

No quieren venir a Mí para tener vida

Jesús en la Eucaristía
es el Pan de Vida eterna

“No quieren venir a Mí para tener vida” (cfr. Jn 5, 31-47). Jesús es la vida eterna –“Yo les doy vida eterna”[1]- y ha venido para que los hombres tengan vida eterna –“He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”[2]-. Él ha venido para dar esta vida a los que Él quiere –“El Hijo da vida a los que quiere”[3]-, a los que Él elige.

Pero el don de la vida que da Jesús, libremente ofrecido por Él a quienes Él elige, debe ser libremente aceptado por el elegido. Jesús no puede ni quiere imponer a nadie su don. Quien quiere recibirlo, debe acercarse a Él; es decir, debe demostrar que desea recibir el don que libre y gratuitamente ofrece Jesús.

Cuando Jesús dice: “No quieren venir a Mí para tener vida”, está poniendo en claro que Él ofrece esa vida, pero que el don no es correspondido, porque no quieren acercarse a Él para recibirlo. Se está refiriendo concretamente a los fariseos y a sus seguidores, que libre y voluntariamente, se obstinan en su contumacia, en su negación voluntaria de la condición de Jesús como Hijo de Dios: ven que hace milagros que sólo Dios puede hacer, y perversamente atribuyen sus poderes al demonio: “Expulsa los demonios con el poder de Belcebú”[4].

La negación voluntaria del don de la vida ofrecida por Jesús, es lo que fundamenta su queja: “No quieren venir a Mí para tener vida”. Esta afirmación se continúa con esta otra, pronunciada un poco más adelante: “El amor de Dios no está en ustedes” (cfr. Jn 5, 31-47). Es así, porque quien no tiene la vida eterna que da Jesucristo, no tiene en sí el amor de Dios, porque la vida de Cristo es vida de Dios, es la vida en sí misma, y es una vida que posee amor infinito, eterno, divino.

Por el contrario, quien acude a Jesús, Pan Vivo bajado del cielo, recibe de Él la vida eterna de Dios Uno y Trino, y con esta vida, el amor pleno y perfectísimo de Dios, el Espíritu Santo.

“No quieren venir a Mí para tener vida”. Jesús se queja de sus contemporáneos, pero el rechazo de esta vida que da Jesús también se produce hoy: en cada bautizado –niño, adolescente, joven, adulto, anciano- que reniega de su pertenencia a la Iglesia; que rechaza la Misa dominical y la comunión eucarística por el motivo que sea, abierta o solapadamente, explícita o implícitamente; que prefiere los atractivos del mundo a la Eucaristía, se renueva el rechazo de la vida dada por Jesús, y se renueva por tanto su amarga queja para el hombre de hoy: “No quieren venir a Mí para tener vida”.

La amargura de la queja de Jesús tiene fundamento: quien no se acerca a Él, quien se aleja de Él, que es vida, luz, paz, y amor divinos, se introduce, paso a paso, en una oscuridad que se vuelve más tenebrosa y oscura, a medida que el alma se aleja de Jesús. Una oscuridad que no es una oscuridad inerte, como las de la tierra, sino viva, que vive con la vida muerta de los condenados y de los ángeles caídos.

“No quieren venir a Mí para tener vida”. La vida que da Jesús, su vida humana glorificada, y su vida divina, eterna, que posee como Dios Hijo desde la eternidad, la entrega Jesús en cada comunión, en cada Eucaristía. No la rechacemos, no desperdiciemos tan maravilloso don, no cometamos la necedad de preferir la nada de los atractivos del mundo, al Don de todo don, el Pan de Vida eterna, Jesús en la Eucaristía.


[1] Cfr. Jn 1, 28.

[2] Cfr. Jn 10, 10.

[3] Cfr. Jn 5, 21.

[4] Cfr. Mt 12, 22-37.

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