jueves, 21 de abril de 2011

Viernes Santo


Adoramos la Santa Cruz
porque el Viernes Santo
quedó empapada
con la Sangre de Jesús.

En el Viernes Santo, todo es desolación, tristeza, dolor y desamparo. Ha muerto el Hijo de Dios, a manos de los hombres. Hasta el cielo se viste de duelo, con densas nubes negras que oscurecen la luz del sol. Tan oscuro se pone el día, que parece de noche, pero no son más que las tres. Un viento frío, que traspasa los huesos, y su silbo suave que suena a lamento, es lo único que se escucha en el Monte Calvario.

Ya no está, en el Monte Calvario, la Madre del Amor hermoso, convertida en Madre de los Dolores; se ha marchado, caminando con pesar, con el Corazón atravesado de dolor, acompañando la procesión fúnebre de los amigos de Jesús, que llevan su Cuerpo, muerto y frío, hasta el sepulcro.

Todos los demás, aquellos que insultaron a Jesús y lo golpearon hasta hacerlo desfallecer, que no pararon con sus insultos y sus golpes hasta que lo mataron en la cruz, todos, todos ellos, se fueron, apenas tembló la tierra, en señal de dolor por la muerte del Hombre-Dios.

Solo queda la cruz, erguida en soledad, en la cima del Monte Calvario, en lo más alto del Monte del Dolor. Sólo la cruz se yergue, desde la tierra hacia el cielo, uniendo ambos con sus extremos, y abrazando al mundo con el travesaño horizontal.

Es sólo una cruz de madera dura, pero a partir de que en ella murió el Hombre-Dios, se ha transformado en la Santa Cruz. De leño seco e instrumento de tortura, de vergüenza y de muerte, se transformó en lugar de descanso, de gloria y de vida, porque en ella murió Dios Hijo encarnado.

Antes, la cruz significaba desesperación, dolor sin sentido, escarnio y burla; ahora, porque en ella murió el Salvador de los hombres, la cruz es esperanza, alivio del sufrimiento, porque el sufrimiento y el dolor se vuelven salvíficos, y participación en la gloria divina.

Para los hombres, la cruz era ignominia; el Hombre-Dios, al morir en ella, la convierte en gloria venida de los cielos, del Ser mismo de Dios.

La cruz significaba castigo, muerte, alejamiento de Dios para siempre; desde que Cristo murió en ella, significa recompensa, vida, unión con Dios por la eternidad.

¿Por qué?

Porque el Hombre-Dios murió en ella, y Dios todo lo transforma y lo convierte, con su poder, con su Sabiduría y con su Amor infinitos y eternos.

La cruz era, antes de Jesús, un duro lecho de muerte sin esperanza, y era el preludio del apagarse de la vida y el encenderse de la oscuridad sin fin; a partir de Jesús, la cruz es suave yugo para el alma, Puerta Santa y Portal Eterno, que se abre a los cielos para dar paso a la eternidad feliz en la Trinidad, y es el preludio del brillar de la vida divina en el alma que muere al mundo para vivir en Dios Uno y Trino.

La cruz era sólo madera, y era despreciable; desde Jesús, la Cruz es Santa y Adorable, porque está empapada con la Sangre roja, fresca, santa, del Cordero de Dios.

Y besamos y adoramos la Santa Cruz, y la amamos con toda la fuerza de nuestro pobre ser, porque el Viernes Santo quedó empapada con la Sangre del Cordero de Dios.

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