El Domingo de Resurrección no se entiende si no se lo considera en una unidad místico-real con el Viernes Santo y el Sábado Santo. Los tres días forman una sola unidad, la cual, comenzando en el tiempo, finaliza en la gloriosa eternidad de Dios Uno y Trino.
Para contemplar
En el Viernes Santo, todo es dolor, llanto, tristeza y amargura, porque ha muerto el Hombre-Dios. Ha sucumbido, agotadas sus fuerzas físicas, ante el embate de la furia deicida del hombre sin Dios. Su Cuerpo, llagado de pies a cabeza, surcado por miles de heridas, cubierto de moretones y golpes, se ha rendido, agotado por tanta saña humana.
Su Corazón ha dejado de latir, después de bombear hacia fuera toda la sangre que había en el Cuerpo. Jesús ha cerrado los ojos, el Dios de la vida ha muerto.
A los pies,
Juan y los amigos de Jesús bajan su Cuerpo de la cruz, lo entregan a
Al entrar, sólo una tenue luz los ilumina, la luz de una antorcha, colocada en una pared. El sepulcro está excavado en roca, y posee una especie de camastro en donde se coloca el Cuerpo del Señor.
Permanecemos de rodillas, en respetuoso silencio, a un costado de Jesús, muerto, amortajado, y ungido con perfumes.
Sólo silencio y oscuridad reinan en la bóveda mortuoria.
De pronto, sucede lo inimaginable, lo insólito, lo inaudito: una luz, suave, blanca, se enciende en el pecho de Jesús, a la altura de su Sagrado Corazón, y a la par que se enciende, el silencio del sepulcro es roto por un delicado ruido, un golpetear rítmico que no se detiene, que llena de esperanza y de alegría a quien lo escucha: ¡es el Corazón de Jesús, que ha comenzado a latir! Ya no hay silencio y oscuridad en el sepulcro: han sido reemplazados por la luz del Corazón de Jesús, y por el dulce sonido de su latir.
Poco a poco, la luz que brota del Corazón se expande, rápidamente, y en todas direcciones, por el Cuerpo muerto de Jesús, llenándolo de luz y de vida a medida que lo invade: es la vida y es la luz de Dios Uno y Trino. ¡Jesús ha resucitado! Y con su resurrección, ha vencido a los tres enemigos del hombre: el demonio, el mundo y la carne, y por eso es que la resurrección de Jesús representa el momento de la liberación del hombre, y no solo eso, sino que representa también el momento del ingreso y de la incorporación del hombre a la vida íntima de Dios Uno y Trino, por la gracia.
Un poco más tarde, las santas mujeres descubrirán que el sepulcro está vacío, ya que verán la sábana vacía y el sudario doblado, y serán los ángeles quienes les dirán que Jesús no está en el sepulcro, porque ha resucitado. Ellas avisarán a los demás, principalmente a Pedro y a Juan, quienes comprobarán con sus propios ojos la noticia de la resurrección de Jesús.
Desde entonces, esta es la misión de
Nuestro corazón es como el sepulcro que José de Arimatea prestó a Jesús (cfr. Mt 27, 60): es duro, frío, y se encuentra a oscuras sino lo ilumina la luz de la gracia.
Preparémoslo convenientemente, con la ayuda de la gracia, por medio de la fe y de la oración, de las obras buenas y de la mortificación, para que en él resucite Cristo y lo ilumine con su luz, con su gloria, con su alegría y con su Amor.
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