martes, 12 de abril de 2011

Es la hora de las tinieblas

Judas Iscariote, tentado por el diablo,
entrega a Jesús
por treinta monedas de plata.
Paradójicamente,
es el precio de su propia alma.


“Sois esclavos del pecado (…) intentáis matarme (…) vuestro padre es el diablo” (cfr. Jn 8, 31-42.44). El enfrentamiento de Jesús con los fariseos va in crescendo a medida que se acerca la hora de la Pasión, la hora señalada por el Padre, para que el Hijo dé cumplimiento a las profecías mesiánicas, y con su muerte en cruz y su resurrección derrote para siempre a las fuerzas de las tinieblas.

Los fariseos, que son los religiosos del tiempo de Jesús, han pervertido la religión, y han convertido a la Sinagoga, el templo dedicado a Dios, en “Sinagoga de Satanás” (cfr. Ap 3, 9), y la causa de esta perversión es el olvido de Dios y del prójimo y el amor al dinero.

Los fariseos, haciéndose pasar por religiosos, han vaciado la religión, porque han olvidado su fundamento, que es el amor a Dios y la caridad, la compasión y la misericordia para con el prójimo. Por lo tanto, se han apartado de Dios, han despreciado a Dios como Padre, que es la Verdad Subsistente, la Verdad en sí misma, y en cambio han preferido al demonio en su lugar, y se han vuelto esclavos del pecado de idolatría al dinero, y se han vuelto esclavos de la mentira. Es por esto que, cuando viene Jesús, el Hijo de Dios, y Él mismo también Verdad Subsistente, intentan matarlo, porque no soportan oír la Verdad.

Se establece, entre Jesús y los fariseos, los religiosos de la época, una verdadera lucha, que es la lucha entre la luz de Dios y las tinieblas del infierno, y las tinieblas tendrán su hora de aparente triunfo cuando logren matar a Jesús, crucificándolo.

“Es la hora de las tinieblas” (Lc 22, 53), dirá Jesús al ser arrestado, a los inicuos juicios que lo condenará a muerte. Hoy también parecen triunfar las tinieblas; hoy también parece ser la hora de las tinieblas, porque el mal parece haberse desencadenado como nunca antes en la historia de la humanidad. Basta ver la inmensa cantidad de crímenes de todo tipo que se cometen a toda hora del día –asesinatos, robos, venta de droga en plena luz del día, aborto, eutanasia, divorcio, uniones entre personas del mismo sexo, clonación, creación de bebés medicamentos, anticoncepción, fertilización in Vitro, lujuria y lascivia transmitidos por la televisión como entretenimiento para la familia, crecimiento del satanismo y de la brujería, propagación como pólvora de cultos demoníacos, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, la santa muerte, apostasía de los bautizados, abandono de la fe por inmensas cantidades de fieles, persecución directa e indirecta a la iglesia, gobierno de países y continentes enteros a cargo de tiranos y de clases políticas corruptas, ideologías inhumanas como el liberalismo y el comunismo, aceptadas masivamente, masas populares enfermas de vacío existencial, amor al dinero, al materialismo, al hedonismo-, para darse cuenta de que las tinieblas cubren el mundo con un manto que se hace cada vez más espeso y oscuro, con la salvedad de que esas tinieblas no son inertes, porque no se producen por el ocultamiento del astro sol, sino que son tinieblas vivas, llenas de seres espirituales malignos que ocultan a las almas el Sol de justicia, Jesucristo.

“Es la hora de las tinieblas”. Poco después de decir estas palabras, Jesús moriría en cruz, alcanzando las tinieblas su cenit, su apogeo, su aparente triunfo más clamoroso.

Pero también es cierto que, cuanto más oscura es la noche, más cerca está el día, y sabemos que el día está cerca, que el sol está por aparecer en el firmamento, cuando aparece la estrella más brillante, la estrella del alba, la aurora.

Sabemos que, si el mundo ha entrado en una noche oscura, porque las tinieblas han tomado posesión de los hombres, al mismo tiempo, sabemos que el día está por amanecer, que el Sol de justicia está a las puertas, está por venir pronto, pues ha aparecido, en medio de la noche más siniestra de la humanidad, la Estrella más hermosa, la Estrella más pura, la Estrella de la mañana, la Virgen María, que visita los corazones de sus hijos, despertándolos de su letargo, y ofreciéndoles la luz de la fe y de la gracia, para que se alumbren con ellos, hasta que pase la noche y despunte el día.

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