lunes, 25 de abril de 2011

He visto al Señor



“He visto al Señor” (cfr. Jn 20, 11-18). Luego de su encuentro con Cristo resucitado, María Magdalena anuncia a los discípulos que “ha visto al Señor”. Es de las primeras en contemplar a Jesús resucitado, y con su testimonio, junto al de muchos otros, da inicio a la noticia más asombrosa que Iglesia alguna pueda anunciar al mundo, y es la de que Cristo ha resucitado.

María Magdalena ha hablado con Él, y se ha arrojado a sus pies, abrazándolos, en señal de adoración y de reconocimiento de su divinidad.

Sin embargo, esto sucede en un segundo momento; en un primer momento María Magdalena, que va, llorando y con angustia, en busca de Jesús muerto, al verlo por primera vez, confunde a Jesús con el jardinero. Debido a que lo que busca es un cadáver, al ver el sepulcro vacío, y al ver a Jesús y confundirlo con el jardinero, le pregunta lo que su lógica racional y humana le dicta: “Si el sepulcro está vacío, y aquí está el jardinero, no significa que haya resucitado; el jardinero se lo ha llevado a algún lugar”. En ningún momento, en este primer encuentro, se imagina ni sospecha siquiera María Magdalena que Jesús puede haber resucitado. ¿Por qué? Por que se deja guiar por su lógica humana, y porque ha olvidado la promesa de Jesús, de que habría de resucitar al tercer día. Por lo tanto, sin la luz de la fe, guiada sólo por su razón humana, María Magdalena se pierde en la oscuridad del espíritu, y no puede, desde sus tinieblas, contemplar la luz de Cristo resucitado.

Sólo cuando el mismo Cristo le comunique de su luz, en el mismo momento en el que le dice: “María”, la Magdalena será capaz de reconocerlo, y de contemplarlo en todo el esplendor de su Humanidad glorificada, divinizada, resucitada, lo cual la llevará a postrarse en adoración ante Jesús, abrazando sus pies.

Hoy, son muchos en la Iglesia los que repiten la actitud de María Magdalena en su primer encuentro con Jesús: buscan a un Jesús que no existe, un Jesús irreal; buscan a un Jesús muerto, a un cadáver, a un Jesús construido a la medida de la capacidad de sus razones humanas, cuyos estrechísimos límites no permiten ni siquiera imaginar un Dios encarnado, que muere y resucita para comunicar de su vida divina a los hombres.

Hoy, muchos en la Iglesia, se comportan como María Magdalena: debido a que han obscurecido la luz de la fe con la obscuridad y las tinieblas del racionalismo, y debido a que han rechazado toda posibilidad de vida sobrenatural, como la que brota de Dios Hijo, que es la vida que resucita el Cuerpo muerto de Jesús, creen en un Cristo construido a medida de sus razonamientos, un Cristo muerto, incapaz de dar vida nueva a los hombres, y así, lloran amargamente ante el vacío existencial que la vida post-moderna les propone.

Hoy, en la Iglesia, muchos en una Eucaristía que no es la Eucaristía, porque la reducen a los niveles de comprensión de la estrecha razón humana, y así, al ver la Eucaristía, la confunden con un poco de pan bendecido y en consecuencia, al comulgar, comulgan como si recibieran sólo un poco de pan bendecido y nada más.

Al igual que María Magdalena, que reconoce a Jesús sólo después de que le infunda la luz del Espíritu Santo, que le permite contemplarlo en su gloriosa realidad de resucitado, para no confundirlo nunca más con el jardinero, así también los miembros de la Iglesia, para no confundir la Eucaristía con un poco de pan bendecido, necesitan la luz del Espíritu Santo, que les abra los ojos del alma y los ilumine con la luz de la fe, para que lo contemplen en su gloriosa realidad de resucitado en la Eucaristía.

“He visto al Señor”, dice María a los discípulos, luego de ser iluminada por el Espíritu Santo, al encontrarse personalmente con Cristo en el Jardín de la Resurrección.

“He visto al Señor en la Eucaristía”, debe decir el bautizado, al ser iluminado por el Espíritu Santo, al encontrarse personalmente con Cristo Eucaristía en el Nuevo Jardín de la Resurrección, el altar eucarístico.

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