martes, 11 de septiembre de 2012

Bienaventurados los que cargan la Cruz; desdichados los que se abandonan a los placeres del mundo




“Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!” (Lc 6, 20-26). Las Bienaventuranzas de Jesús –y los “ayes”- de Jesús, parecen una paradoja, o al menos algo contradictorio con lo que el ser humano considera como “felicidad”: visto con ojos humanos, no se entiende de qué manera puede ser feliz alguien que padece la pobreza, el hambre, o que está triste y llora, o quien es perseguido y odiado.
Del mismo modo, tampoco se comprende porqué merece un lamento –los “ayes” de Jesús- aquel que, a los ojos del mundo, lo tiene todo: riqueza y satisfacción, risa y elogio. No se entiende de qué manera lo que se considera “felicidad” en el mundo, pueda ser causa de lamento eterno.
Y verdaderamente, las Bienaventuranzas son incomprensibles, en su paradoja, pero son incomprensibles cuando se las mira desde el lado humano y mundano; por el contrario, adquieren todo su verdadero sentido, sobrenatural, cuando se las mira con los ojos de Dios, es decir, desde la Cruz, ya que es en la Cruz en donde Cristo Dios “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5), y así convierte en la Cruz, por su poder, lo que el mundo llama “desgracia” –pobreza, hambre, llanto, persecución y marginación- en bienaventuranza, y al mismo tiempo, lo que el mundo llama “felicidad”, en causa de lamento eterno, si no se corrige a tiempo.
“Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!”. Las Bienaventuranzas y los “ayes” podrían resumirse así: “¡Bienaventurados, felices, los que cargan la Cruz todos los días, y siguen al Cordero camino del Calvario; desgraciados, desdichados, infelices, los que rechazan la Cruz y se abandonan a los placeres del mundo!”.

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