domingo, 16 de diciembre de 2012

En el Pesebre de Belén contemplamos un misterio insondable, misterio de cuya aceptación o rechazo depende nuestro destino eterno



“Genealogía de Jesucristo…” (Mt 1, 1-17). Aún cuando pudiera parecer de poco interés, el relato de la genealogía de Nuestro Señor Jesucristo tiene una gran importancia en cuanto a la verdadera identidad de Jesús, puesto que nos hace ver que el Redentor del mundo nació en el tiempo, en un momento determinado de la historia, de un pueblo determinado, y sus antepasados pueden ser rastreados en la línea ascendiente del tiempo, de modo que es posible reconstruir su árbol genealógico.
Este dato acerca de la historicidad de la persona de Jesús de Nazareth desarma todas las falacias que se esgrimieron acerca de su persona: que no era verdadero hombre, que fue un invento, un mito de un pueblo, etc.
Por medio del árbol genealógico, se puede determinar con exactitud histórica y científica que Jesús fue Hombre verdadero, que nació en un lugar y en un momento determinado de la historia.
Ahora bien, a este Evangelio, para conocer la verdad total acerca de Jesucristo, hay que complementarlo con el de Juan, en donde se describe la procedencia eterna de Jesucristo en cuanto Dios Hijo que procede eternamente del Padre: “El Verbo era Dios, estaba en Dios, era la luz que alumbra a todo hombre; vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (cfr. Jn 1, 1ss). De esta manera, el Evangelio nos dice, con precisión científica teológica, que Jesucristo es “Dios verdadero de Dios verdadero”, como reza el Credo de la Iglesia.
Con estos dos evangelios, con el inicio de Mateo y el inicio de Juan, queda configurada la verdadera y única identidad de Jesús de Nazareth: Hombre-Dios; Hombre, porque su genealogía puede rastrearse en ascendientes humanos; Dios, porque su procedencia en cuanto Dios es eterna, está más allá del tiempo, y se encuentra en el seno de Dios Padre.
Estos datos nos sirven para afianzar nuestra fe, y también para saber cuál es el verdadero sentido de las fiestas navideñas: Navidad no es una fiesta sentimentalista, ni el pesebre de Belén representa una fábula, o una escena pasada de un gran líder religioso que ya murió; la celebración y luego contemplación del Nacimiento del Niño Dios es la celebración y contemplación del misterio de la Redención de la humanidad, misterio por el cual para cada hombre, se abre el horizonte insospechado no sólo del perdón y de la liberación de la culpa original, no sólo de la liberación del enemigo de la raza humana, el ángel caído, sino el horizonte insospechado de la eternidad, de la filiación divina, de la comunión de vida y de amor por la gracia con Dios Trinidad, de la contemplación del Ser Trinitario por la eternidad.
La genealogía de Jesucristo, lejos de ser un mero recuento de las generaciones en línea descendente hasta llegar a Jesucristo –catorce, catorce y catorce-, unida a la revelación de su origen eterno a partir del seno de Dios Padre, nos lleva a reflexionar sobre el Pesebre, que no es una representación infantil del ideal de la familia humana, sino el misterio de la salvación del hombre, misterio que comienza con la Encarnación y Nacimiento del Niño Dios, de Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, misterio que se prolonga, en el signo de la liturgia, en el altar eucarístico, toda vez que en la Santa Misa el Cuerpo de Cristo, concebido por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, es concebido en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, por el poder del mismo Espíritu Santo; la meditación de este Evangelio nos debe llevar a la consideración que en el Pesebre de Belén contemplamos un misterio insondable, misterio de cuya aceptación o rechazo depende nuestro destino eterno.

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