viernes, 1 de febrero de 2013

“Todos (…) estaban llenos de admiración por sus palabras (...) luego se enfurecieron y trataron de despeñarlo"



(Domingo IV – TO – Ciclo C – 2013)
“Todos (…) estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca (…) Al oír estas palabras (…) se enfurecieron y lo empujaron fuera de la ciudad (…) con la intención de despeñarlo” (Lc 4, 21-30). Sorprende el cambio radical de actitud de los que se encuentran en la sinagoga, ya que pasan de la admiración a la furia homicida. De hecho, no matan a Jesús en ese momento, porque Jesús es Dios y no lo permitió, pero la ira era tan grande, que de haberles sido concedida la posibilidad, hubieran arrojado a Jesús por el precipicio, tal como lo dice el evangelista Lucas: “llevaron fuera de la ciudad a Jesús con la intención de despeñarlo”.
¿Cuál es la razón del cambio tan radical en quienes escuchan a Jesús? Analizando sus palabras, podremos llegar a la respuesta. En un primer momento, Jesús les dice que “el Espíritu del Señor” se ha “posado sobre Él”, y que lo ha enviado a “anunciar la liberación a los cautivos y a dar la Buena Noticia a los pobres”, además de sanar a los enfermos. Cuando el mensaje es positivo y no toca directamente la necesidad de la conversión, todos están “admirados” de las “palabras de gracia” que salían de su boca. Es decir, cuando el mensaje no hace referencia a la necesidad del cambio, todo “está bien” para los asistentes a la sinagoga, porque esto quiere decir que por un lado, pueden asistir al servicio religioso y de esa manera tener tranquila la conciencia, porque se cumple con Dios, y por otro lado, se puede continuar con la vida de todos los días, vida caracterizada por la falta de caridad para con el prójimo y por la complacencia de las pasiones. Es decir, es como si los asistentes a la sinagoga dijeran: “Puedo asistir al servicio religioso, cumplir con Dios, y seguir con mi vida de pecado de todos los días, ya que no hay necesidad de conversión. Todo está bien, no tengo nada para cambiar en mi vida”. Así, es lógico que surja la aprobación a las palabras de Jesús.
Sin embargo, inmediatamente después, Jesús dice algo que cambiará substancialmente el ánimo de los asistentes a la sinagoga, porque precisamente les hace ver la necesidad imperiosa de la conversión del corazón.
Jesús les cita dos ejemplos del Antiguo Testamento: la visita del profeta Elías a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón (1 Re 17, 7-24). En ese episodio, Elías concede la lluvia esperada –la región llevaba tres años y medio de sequía- a través de esta viuda, que era pagana y no pertenecía al Pueblo Elegido, y no lo hace a través de las viudas de Israel. En teoría, debería haber concedido el milagro de la lluvia a través de alguna de las viudas de Israel, puesto que estas pertenecían al Pueblo Elegido, y sin embargo, lo hace a través de una viuda de origen pagano. La razón está en que esta viuda, a pesar de no pertenecer al Pueblo Elegido, demuestra que posee la esencia de la religión, que es el amor sobrenatural al prójimo, amor demostrado en la solicitud con la que atiende al profeta Elías: le da al profeta de su propio alimento, lo cual demuestra que, aunque no pertenece formalmente al Pueblo de Dios, posee sin embargo la esencia de la religión, que es la caridad. La viuda obra con caridad porque ofrenda la totalidad de los alimentos que tenía para su subsistencia y la de su hijo, y en recompensa, Dios le concede, a través del profeta Elías, la lluvia, que termina con la sequía, y que tanto la harina como el aceite no se terminen.
En el caso del general sirio con lepra que es curado (2 Re 5, 10-13), tampoco pertenece al Pueblo Elegido, pero al bañarse en el río según lo indica el profeta, demuestra que posee la otra cualidad esencial de la religión, que es la fe en la Palabra de Dios. En ambos casos, los dos protagonistas, la viuda y el rey, son paganos, no pertenecen al Pueblo Elegido, y sin embargo son elegidos por Dios para obrar en ellos sus milagros. El mensaje que les transmite Jesús entonces es: no basta con pertenecer formalmente a la Iglesia de Dios; se debe poseer la esencia de la religión, que es la caridad –como lo hace la viuda de Sarepta- y se debe poseer la fe, que debe manifestarse en obras –como lo hace el rey pagano que es curado de la lepra-.
La enseñanza en los dos episodios es que la esencia de la religión es la caridad –el episodio de la viuda de Sarepta- y que la fe en Dios debe traducirse en obediencia práctica a sus mandatos –el episodio del general sirio que es curado de su lepra-; la falta tanto de caridad como de fe hacen que Dios no se manifieste con sus milagros y portentos.
El mensaje indirecto es captado por los integrantes de la sinagoga: al desconfiar de Jesús, puesto que muchos dicen: “¿No es éste el hijo de José?”, demuestran que, a pesar de pertenecer al Pueblo de Yahvéh, no poseen ni fe ni caridad, y este es el motivo por el cual el ánimo cambia substancialmente, y de admiración por sus palabras, pasan a la furia homicida que lleva a intentar despeñar a Jesús.
Hoy sucede lo mismo con muchos cristianos: no tienen fe, porque no creen en Cristo como Hombre-Dios, muerto en Cruz y resucitado para la salvación de los hombres, y en consecuencia tampoco tienen caridad, porque la falta de fe en Jesús bloquea el don del Amor del Sagrado Corazón, que no puede de esta manera llegar al corazón para convertirlo.
Esta falta de fe en Cristo como Hombre-Dios, como Cordero de Dios, que se dona con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, se ve ante todo en la misa dominical, puesto que esta es abandonada por el fútbol, la diversión, los atractivos falsos y vacíos del mundo; la falta de en Cristo Dios se ve en el enorme crecimiento de las sectas, del ocultismo, de la magia, de la hechicería, de la superstición, de las falsas devociones a ídolos paganos como el Gauchito Gil y la Difunta Correa; la falta de fe en Cristo Dios se ve en el recurso de los cristianos a los Nuevos Movimientos Religiosos, propios de la Nueva Era, en los que se mezclan el gnosticismo, el ocultismo y el orientalismo, en desmedro de las enseñanzas de Jesús y sus Mandamientos.
La falta de caridad en los cristianos se ve en el hecho de que la gran mayoría de los delitos y crímenes, públicos y ocultos, son realizados por bautizados, es decir, aquellos que en teoría, deberían transmitir al mundo el Amor y la Misericordia de Cristo; la falta de caridad de los cristianos se ve en el grado de violencia en el que se encuentra sumergido el mundo, violencia contraria al mandamiento del amor de Cristo “Amaos los unos a los otros”, violencia engendrada, producida, mantenida y exacerbada por cristianos. Los cristianos deberían ser “la luz del mundo y la sal de la tierra”, y en vez de eso, se han convertido en oscuridad y en sal insípida que ni alumbran las tinieblas del mundo ni ayudan a sus prójimos a cargar la Cruz.
Por último, la falta de fe y caridad de los cristianos se ve en la ausencia de grandes santos, como los que caracterizaron y caracterizan a la Iglesia en todos los tiempos, porque para llegar a la santidad, se necesita creer en las palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz y me siga”, y seguirlo significa seguirlo camino del Calvario, lo cual quiere decir negarse a sí mismo en las pasiones desordenadas. Negarse a sí mismo para seguir a Cristo camino del Calvario significa estar dispuestos a morir antes de cometer un pecado mortal, antes de perder la gracia santificante, y esto es válido para cualquier cristiano en cualquier estado de vida: para un político, significa estar dispuesto a morir, antes que aceptar dinero a cambio de votar leyes contrarias a la vida; para un joven, significa estar dispuesto a morir, antes que faltar a los Mandamientos de Dios, principalmente los relativos a la pureza; para un hombre casado, significa estar dispuesto a morir antes que cometer una traición contra el matrimonio; para un niño, significa estar dispuesto a morir antes que levantar la voz a sus padres; para un comerciante, significa estar dispuesto a morir antes que aceptar mercancía robada o de dudosa procedencia, o vender mercancía que induce al otro a cometer pecados; para un científico, significa estar dispuesto a morir, antes que trabajar en un proyecto que sea contrario a las leyes divinas; para un sacerdote, significa estar dispuesto a morir, antes que traicionar la Verdad de Cristo. 
La crisis de fe conduce, inevitablemente, a la crisis de santos, y por eso hoy no se ven santos como en la Edad Media. Sin embargo, el Evangelio de hoy, con los ejemplos de la viuda de Sarepta y de Naamán el Sirio, que recibieron grandes dones de parte de Dios, a causa de su caridad y de su fe, nos alienta a crecer en estas dos virtudes, esenciales para ser santos y en consecuencia para alcanzar la vida eterna. A ejemplo de estos dos paganos, los demás deberían ver en cada cristiano una imagen viviente de Cristo Jesús, que brilla en las tinieblas del mundo por su fe, su esperanza y su caridad.

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