jueves, 15 de enero de 2015

“Hijo, tus pecados te son perdonados”


“Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 1-12). Jesús perdona los pecados del paralítico, lo cual provoca un falso escándalo entre los fariseos, pues estos sabían que solo Dios podía perdonar los pecados: al decir Jesús “Hijo, tus pecados te son perdonados”, es evidente que Él se está atribuyendo la condición divina, única en grado de perdonar los pecados. Ante este falso escándalo, Jesús, para respaldar con un hecho la veracidad de sus palabras, realiza un milagro portentoso: sana al paralítico, devolviéndole la capacidad de caminar. De esta manera, Jesús acalla a sus críticos, a la par que confirma, con el milagro físico de la curación de la parálisis, el milagro realizado anteriormente, en el alma del paralítico, la curación de su alma, por el perdón de los pecados. La realización del milagro de curación corporal tiene por objeto, de parte de Jesús, no simplemente acallar las voces de sus feroces y despiadados críticos, sino ante todo convalidar, con un milagro físico, el milagro inmaterial, invisible, interior, obrado anteriormente en el alma del paralítico, y es el perdón de sus pecados. De esta manera, Jesús demuestra doblemente su condición divina, porque como Él mismo lo dice, es fácil decir: “Te perdono los pecados” y hacerse pasar por Dios, pero no es tan fácil decir: “Toma tu camilla y levántate”, porque luego de decir eso, el milagro se tiene que producir realmente, so pena de pasar por un embaucador. Es por esto que, al decirle al paralítico: “Toma tu camilla y levántate” y al producirse efectivamente el milagro –milagro que puede ser comprobado por todos, pues el paralítico se levanta, toma su camilla y camina por sí mismo-, Jesús demuestra que es Dios, porque tiene el poder de reconstituir los tejidos corporales dañados e inutilizados para que vuelvan a ejercer su función, y al demostrar que es Dios, entonces, tiene el poder de perdonar los pecados, puesto que ésta es solo potestad divina, y es así que la frase dicha anteriormente al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, se revela como verdadera y auténtica. 
Así, el milagro de la curación física del paralítico, que es en sí mismo portentoso, se revela casi como insignificante, frente al milagro de la curación espiritual del alma, como consecuencia del perdón de los pecados. Así como la parálisis había destruido los nervios motores y el tejido muscular que le permitían caminar, así el pecado destruye la capacidad del hombre de caminar en la Voluntad de Dios, expresada en los Mandamientos: Jesús se revela, en este episodio, como el Dios que sana al hombre en su totalidad, porque no solo cura el cuerpo enfermo, sino que, ante todo, sana el alma enferma por el pecado.

Sin embargo, no se detiene aquí el poder divino de Jesús: no contento con el doble milagro obrado sobre el paralítico –curación del cuerpo y del alma-, Jesús realizará todavía dos milagros infinitamente más grandes, y es la donación de la filiación divina, la misma filiación por la cual Él es Hijo de Dios desde toda la eternidad, y el don de su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor trinitario, en la Eucaristía. “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Jesús cura el cuerpo y perdona los pecados y así revela su omnipotencia divina, que restaura al hombre en su plena salud, corporal y física, pero su objetivo final va mucho más allá que simplemente devolverle al hombre su salud: si le devuelve la salud, es para que Él pueda donarse a sí mismo, sin reservas, con toda la plenitud de su Ser y de su Amor trinitarios en el Pan de Vida eterna, la Eucaristía. 

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