martes, 20 de enero de 2015

“Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación y se apenó por la dureza de sus corazones"


“Dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Él la extendió y su mano quedó curada” (Mc 3, 1-6). Indignación y pena son los dos sentimientos –además de la misericordia por el hombre con la mano paralítica, y que lo lleva  a curarlo-, es lo que experimenta el Sagrado Corazón de Jesús, al comprobar “la dureza de sus corazones”, que les impedía ver y aprobar el acto de misericordia que significaba el curar la mano del paralítico, debido al falso concepto de religión que poseían. En efecto, para los fariseos, la religión consistía en el cumplimiento meramente exterior de la ley –en este caso, un precepto humano, que impedía el trabajo manual en sábado-, sin estar acompañado ni del amor a Dios ni de la compasión al prójimo; ésa es la razón por la cual, cuando Jesús ingresa en la sinagoga y ve al hombre paralítico, los fariseos suponen, porque conocen a Jesús, que Jesús curará su mano, sin importarle el precepto legal que impedía realizar trabajos manuales en el día sábado, día considerado sagrado. Jesús, que es Dios encarnado, y por lo tanto no solo lee los pensamientos, sino que los pensamientos de todos los hombres de todos los tiempos están ante Él antes de ser siquiera formulados, lee los pensamientos y escudriña la malicia de los corazones de los fariseos, quienes se ponen en guardia y quedan a la espera del gesto de Jesús de curar la mano del paralítico, para tener un argumento legal con el cual acusarlo. 
Para tratar de sacarlos del error, y en un vano intento por hacer luz en sus oscurecidas mentes, que no quieren ver la Verdad, y para iluminar sus perversos corazones, que entenebrecidos por el odio se niegan a amar a la Divina Misericordia, encarnada en Jesús, les dice: “¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?”. La pregunta que les dirige es muy clara, y está encaminada a hacerles ver el valor infinitamente superior del bien sobre el mal y de salvar una vida antes que perderla, todo lo cual justifica el quebrantamiento de un precepto legal, el de no realizar trabajos manuales. 
En otras palabras: si en sábado está prohibido legalmente realizar trabajos manuales, porque con esto se respeta el día sagrado, el día dedicado a Dios, y así se cumple con la religión, el hecho de curar o de salvar una vida, no contradice el precepto legal, sino que cumple cabalmente con el fin de la religión, que es amar y adorar a Dios y ser compasivos y misericordiosos para con el prójimo sufriente. Esto es lo que los fariseos no pueden comprender: que el verdadero culto a Dios –y por lo tanto, la verdadera religión-, radica no en el cumplimiento meramente externo de preceptos que no son esenciales, al tiempo que se mantiene un corazón frío en el verdadero amor a Dios y endurecido por la falta de caridad hacia el prójimo, sino en glorificarlo y la glorificación de su nombre se da cuando, en su honor y en su nombre, se tiene compasión del prójimo sufriente, que es lo que pretende hacer Jesús, con la curación de la mano del paralítico. Al curarlo al paralítico, Jesús no quebranta el precepto de no trabajar el sábado: mucho más que eso, cumple cabalmente con la esencia de la religión, que es la glorificación y el amor de Dios, al auxiliar a quien sufre, no por mero filantropismo, sino precisamente, por amor a Dios. Lamentablemente para los fariseos –y para los cristianos que no puedan entender la acción de Jesús, que es en lo que consiste la verdadera religión-, después de que Jesús cura la mano del paralítico, se obstinan en su error y se endurecen en sus corazones, “confabulándose con los herodianos para buscar la forma de acabar con él”, apenas salidos de la sinagoga.

“Dirigió sobre ellos una mirada llena de indignación y se apenó por la dureza de sus corazones”. Jesús nos mira desde la Eucaristía, no solo exteriormente, sino en lo más profundo de nuestro ser y de nuestros corazones, y sabe cuáles son los sentimientos que albergamos hacia nuestros prójimos, sobre todo aquellos a quienes, por uno u otro motivo, son nuestros enemigos. ¿Dirige también sobre nosotros una mirada llena de indignación y se apena por la dureza de nuestros corazones? ¿O se complace en ellos, al ver que vivimos la esencia de la religión, la glorificación y el amor de Dios y la compasión para nuestros prójimos, incluidos en primer lugar, nuestros enemigos?

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