viernes, 12 de agosto de 2016

Fiesta de la Dedicación de la Iglesia Catedral


         En la dedicación de un templo, lo que hace la Iglesia es ofrecer a Dios una obra hecha por manos humanas, para que Él, con su santidad, la convierta en algo sagrado, en algo que es de su propiedad, en algo que ya no pertenece al mundo y por lo tanto está separado de todo lo que es profano y mundano. El templo, de mera construcción material hecha por el hombre, pasa a ser un lugar consagrado a Dios por la santidad divina y destinado a ser un lugar en el que los hombres se congregan para rendir culto a Dios, para proclamar su Palabra y celebrar sus sacramentos, el principal de todos, la Eucaristía. Al ser consagrado a Dios, el edificio no se puede usar para ninguna otra actividad que no sea la de dar culto a Dios, so pena de profanarlo y, con la profanación del templo, profanar a su Dueño, que es Dios. El templo consagrado se convierte, además de lugar de culto a Dios, en un signo visible de la presencia divina en el mundo, más específicamente, de la presencia de Jesucristo en el mundo, puesto que se contradistingue radicalmente de todo otro edificio mundano. El hecho de estar consagrado a Dios y de ser el lugar de la Presencia de Dios en medio del mundo, hace que el templo deba ser respetado como se lo merece, como un lugar sagrado, y esto implica que se deben evitar las conversaciones, no solo las mundanas, sino toda conversación que no sea verdaderamente necesaria para la santidad y el culto debido a Dios; se deben evitar los pensamientos inútiles y vanos; se deben evitar las canciones profanas y mundanas; se deben evitar las vestimentas que ofenden a la majestad divina y que no condicen con la aspiración a la santidad de los fieles, hijos de Dios; se deben evitar, en definitiva, cualquier comportamiento mundano, y puesto que Dios no habla en el estrépito, sino en la “suave brisa”, es decir, en el silencio, el silencio, tanto exterior, como interior, son los que deben caracterizar al templo, para que el hombre pueda escuchar, en lo profundo de su ser, la dulce voz de Dios. El templo es lugar de oración, de contemplación de los misterios de Dios, de reflexión y meditación en la Palabra de Dios, y no es un lugar para amenizar, ni para convertirnos en espectadores de una función teatral.
Al consagrar el templo o la iglesia a Dios, se lo dedica a Él y se le entrega este templo como una ofrenda, para que su Presencia divina llene el espacio, lo convierta en algo sagrado y por lo tanto digno de Él, de manera que los hombres, al estar ante la Presencia de Dios en un lugar consagrado, abandonen su mundanidad, hagan el propósito de alejarse del pecado y se decidan a vivir en gracia y santidad.
Ahora bien, el templo material, es decir, la construcción humana convertida en sagrada por la santidad de Dios es,a su vez, es la prefiguración del hombre convertido en mera creatura en hijo de Dios y en “templo del Espíritu Santo” por la acción de la gracia santificante, por lo cual, todo lo que se dice del templo consagrado, se dice del cuerpo y del alma del hombre que ha recibido la gracia de la divina filiación y la gracia de que su cuerpo y su alma sean templos de Dios. Así como el templo está dedicado a Dios y nada profano puede entrar en él, así también el cristiano está consagrado a Dios y nada profano, mundano, pecaminoso, puede contaminar, ni su alma, ni su corazón, ni su cuerpo, porque ya no le pertenecen a él, sino a Dios. Y de la misma manera a como el templo se profana con palabras, músicas, acciones mundanas, así también el cristiano, al permitir palabras, música, acciones profanas y mundanas, profana el templo de Dios que es su cuerpo, ofendiéndolo en su majestad.

El cristiano, por el solo hecho de ser cristiano, es templo de Dios en su cuerpo y en su espíritu y su corazón es altar en donde debe ser bendecido, amado y adorado Jesús Eucaristía. Éste es el sentido de la consagración del cristiano como templo de Dios en el bautismo y todo lo que atente contra esta consagración, debe ser evitado, como si de la peste se tratase, y es el sentido de que el cristiano debe distinguirse del mundo como signo de la presencia de Dios, como lo es un templo.

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