viernes, 5 de agosto de 2016

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”



(Domingo XIX - TO - Ciclo C – 2016)

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 32-48). Jesús nos advierte que debemos estar preparados para su venida, que será inesperada. Ahora bien, una vez hecha la advertencia de Jesús, tenemos que preguntarnos: ¿para qué debemos prepararnos? ¿En qué consiste la preparación? ¿Qué quiere decir Jesús cuando dice que Él llegará “a la hora menos pensada”?
Para poder responder a estas preguntas, es necesario analizar la imagen que utiliza Jesús, la figura de un servidor que, a altas horas de la noche, espera a su Señor que regresa de una boda, puesto que cada elemento de la imagen representa una realidad sobrenatural. La noche representa el finalizar del tiempo, ya sea personal, o el tiempo de duración del mundo: así como al finalizar el día sobreviene la noche, así al finalizar la vida de cada persona, sobreviene la muerte, como también al finalizar el tiempo establecido por Dios, terminará el tiempo y la historia humana para dar paso a la eternidad, el Día del Juicio Final; la noche representa entonces ya sea el finalizar de la vida terrena, personal, como el finalizar de la historia humana, con la aparición consiguiente, tanto en uno como en otro caso, de Cristo Dios, Sumo Juez y Juez Eterno; la llegada inesperada del señor que regresa de una boda, significa el fin del tiempo y el comienzo de la eternidad, es la Llegada de Cristo Dios al alma, cuando esta es llamada ante su Presencia para recibir el Juicio Particular, en el momento en que muere, es decir, que pasa de esta vida a la otra, y representa también la Segunda Venida de Jesucristo en la gloria, como Rey de las naciones y como Justo Juez, que juzgará a la humanidad en el Día del Juicio Final, dando a cada uno lo que cada uno libremente mereció por sus obras: el cielo a los buenos y el infierno a los malos; el servidor atento y fiel, con la túnica ceñida y con la lámpara encendida, representa al bautizado que, viviendo la vida de la gracia, no solo cree sino que espera el regreso de Jesús: la posición de pie y en estado de vigilia -el siervo tiene todo listo para cuando regrese su amor; ha preparado la mesa y un refrigerio para su amo, para que se recupere del viaje, sale a la puerta a cada momento para ver si regresa- representa, precisamente, la fe activa y operante, en contraposición con el siervo que duerme, que es el católico que no vive su fe porque luego de haberla recibido como don en el bautismo, voluntariamente dejó de vivir de esa fe; la túnica -es ropa de trabajo, ya que el servidor atento no está vestido con la ropa habitual para dormir, sino con la ropa con la que realiza sus labores diarias- representan las obras que el bautizado debe hacer para entrar en el Reino de los cielos; el cinturón, la castidad y la pureza de cuerpo y alma; la lámpara encendida significa la presencia de la luz de la gracia en el alma, que ilumina la oscuridad del hombre al hacerla partícipe de la luz de Dios, luz que se manifiesta en esta vida no de modo sensible sino interior y espiritualmente por la fe y la Verdad; el señor que llega y encuentra a su siervo en esta actitud de servicio y se pone él mismo a servirlo -notemos la inversión de roles: el señor toma el lugar del siervo y el siervo, el lugar del señor-, representa el premio de la eterna bienaventuranza que Dios da a quienes se esfuerzan por vivir en gracia, cumplir sus mandamientos y obrar la misericordia: con respecto a los mandamientos, no da lo mismo, en absoluto, cumplir los mandamientos de Dios, a cumplir los mandamientos de Satanás, los exactamente opuestos a los de Dios, ya que Jesús premiará a quienes cumplan sus mandamientos y no a los que, libre y voluntariamente, cumplan los mandamientos de Satanás, alimentándose de sus abominables venenos espirituales y sirviendo a sus agentes (Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, entre otros tantos). La felicidad del siervo, expresada por Jesús –“¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!”- representa la felicidad del alma en la eterna bienaventuranza, felicidad que se deriva no de las cosas de este mundo, sino de la contemplación de la Trinidad y del Cordero. A su vez, la fiesta de bodas de la que regresa el dueño de casa, es la Encarnación del Hijo de Dios, esto es, el desposorio místico entre Dios y la Humanidad, llevada a cabo en el seno virgen de María Santísima y por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Por último, con respecto a la preparación en sí misma, es el mismo Jesús quien nos dice cómo debemos prepararnos: “Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”. La preparación consiste en la realización de obras de misericordia, en vivir en gracia y en tener la mente y el corazón permanentemente en la vida eterna, es decir, en hacer del Reino de los cielos el verdadero tesoro, porque allí donde esté el corazón, allí estará el tesoro del hombre, y si nuestro tesoro está en Dios Trino, allí, en Dios Trino, estará nuestro corazón.
“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Hasta que, por la Misericordia de Dios mediante, lleguemos al Reino, que nuestros corazones estén en nuestros tesoros: el Inmaculado Corazón de María y el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.


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