(Domingo
XIX - TO - Ciclo C – 2016)
“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 32-48). Jesús nos advierte que
debemos estar preparados para su venida, que será inesperada. Ahora bien, una
vez hecha la advertencia de Jesús, tenemos que preguntarnos: ¿para qué debemos
prepararnos? ¿En qué consiste la preparación? ¿Qué quiere decir Jesús cuando
dice que Él llegará “a la hora menos pensada”?
Para
poder responder a estas preguntas, es necesario analizar la imagen que utiliza Jesús,
la figura de un servidor que, a altas horas de la noche, espera a su Señor que
regresa de una boda, puesto que cada elemento de la imagen representa una
realidad sobrenatural. La noche representa el finalizar del tiempo, ya sea
personal, o el tiempo de duración del mundo: así como al finalizar el día
sobreviene la noche, así al finalizar la vida de cada persona, sobreviene la
muerte, como también al finalizar el tiempo establecido por Dios, terminará el
tiempo y la historia humana para dar paso a la eternidad, el Día del Juicio
Final; la noche representa entonces ya sea el finalizar de la vida terrena,
personal, como el finalizar de la historia humana, con la aparición
consiguiente, tanto en uno como en otro caso, de Cristo Dios, Sumo Juez y Juez
Eterno; la llegada inesperada del señor que regresa de una boda, significa el
fin del tiempo y el comienzo de la eternidad, es la Llegada de Cristo Dios al
alma, cuando esta es llamada ante su Presencia para recibir el Juicio
Particular, en el momento en que muere, es decir, que pasa de esta vida a la
otra, y representa también la Segunda Venida de Jesucristo en la gloria, como
Rey de las naciones y como Justo Juez, que juzgará a la humanidad en el Día del
Juicio Final, dando a cada uno lo que cada uno libremente mereció por sus obras:
el cielo a los buenos y el infierno a los malos; el servidor atento y fiel, con
la túnica ceñida y con la lámpara encendida, representa al bautizado que,
viviendo la vida de la gracia, no solo cree sino que espera el regreso de Jesús: la posición de pie y
en estado de vigilia -el siervo tiene todo listo para cuando regrese su amor; ha preparado la mesa y un refrigerio para su amo, para que se recupere del viaje, sale a la puerta a cada momento para ver si regresa- representa, precisamente, la fe activa y operante, en contraposición
con el siervo que duerme, que es el católico que no vive su fe porque luego de haberla recibido como don en el bautismo, voluntariamente dejó de vivir de esa fe; la túnica -es ropa de trabajo, ya que el servidor atento no está vestido con la ropa habitual para dormir, sino con la ropa con la que realiza sus labores diarias- representan las obras que el bautizado debe hacer para entrar en el Reino de
los cielos; el cinturón, la castidad y la pureza de cuerpo y alma; la lámpara encendida significa
la presencia de la luz de la gracia en el alma, que ilumina la oscuridad del
hombre al hacerla partícipe de la luz de Dios, luz que se manifiesta en esta vida no de modo sensible sino interior y espiritualmente por la fe y la Verdad; el señor que llega y encuentra a su siervo en
esta actitud de servicio y se pone él mismo a servirlo -notemos la inversión de roles: el señor toma el lugar del siervo y el siervo, el lugar del señor-, representa el premio de
la eterna bienaventuranza que Dios da a quienes se esfuerzan por vivir en
gracia, cumplir sus mandamientos y obrar la misericordia: con respecto a los mandamientos, no da lo mismo, en absoluto, cumplir los mandamientos de Dios, a cumplir los mandamientos de Satanás, los exactamente opuestos a los de Dios, ya que Jesús premiará a quienes cumplan sus mandamientos y no a los que, libre y voluntariamente, cumplan los mandamientos de Satanás, alimentándose de sus abominables venenos espirituales y sirviendo a sus agentes (Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, entre otros tantos). La felicidad del
siervo, expresada por Jesús –“¡Felices los servidores a quienes el señor
encuentra velando a su llegada! ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche
o antes del alba y los encuentra así!”- representa la felicidad del alma en la
eterna bienaventuranza, felicidad que se deriva no de las cosas de este mundo, sino de la contemplación de la
Trinidad y del Cordero. A su vez, la fiesta de bodas de la que regresa el dueño
de casa, es la Encarnación del Hijo de Dios, esto es, el desposorio místico
entre Dios y la Humanidad, llevada a cabo en el seno virgen de María Santísima
y por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Por
último, con respecto a la preparación en sí misma, es el mismo Jesús quien nos
dice cómo debemos prepararnos: “Vendan sus bienes y denlos como limosna.
Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo,
donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan
su tesoro, tendrán también su corazón”. La preparación consiste en la realización
de obras de misericordia, en vivir en gracia y en tener la mente y el corazón
permanentemente en la vida eterna, es decir, en hacer del Reino de los cielos
el verdadero tesoro, porque allí donde esté el corazón, allí estará el tesoro
del hombre, y si nuestro tesoro está en Dios Trino, allí, en Dios Trino, estará
nuestro corazón.
“Estén
preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Hasta que,
por la Misericordia de Dios mediante, lleguemos al Reino, que nuestros corazones
estén en nuestros tesoros: el Inmaculado Corazón de María y el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús.
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