“Que
el hombre no separe lo que Dios ha unido” (cfr. Mt 19, 3-12). Jesús deroga el
divorcia que había sido autorizado por Moisés “a causa de la dureza de los
corazones”, recordando al mismo tiempo que el plan original de Dios era la
unión del varón y de la mujer “en una sola carne”. Así, queda establecido el
fundamento natural del matrimonio monogámico –la monogamia se deriva de la misma
naturaleza humana, creada por Dios, y no de una ley positiva- y será la Iglesia
la que luego, por mandato divino, elevará al matrimonio natural a la categoría
de sacramento, lo cual hace que la unión monogámica entre el varón y la mujer adquiera
un doble fundamento de solidez, natural y sobrenatural. Jesús puede hacer esto –derogar
el divorcio concedido por Moisés, restablecer el diseño original monogámico y,
por último, divinizarlo por la gracia santificante del sacramento del
matrimonio- desde el momento en que Él es no solo el Creador del varón y la
mujer, sino también el Divino Legislador, es decir, es Quien establece las
leyes, tanto naturales como sobrenaturales, que regulan la unión esponsal en la
raza humana.
Esto
es importante considerar y tener en cuenta puesto que las características
esenciales del matrimonio –unidad, indisolubilidad, fecundidad, se explican por
argumentos derivados de la naturaleza humana, pero también y ante todo, se
explican por el argumento sobrenatural, esto es, por estar el matrimonio del
varón y la mujer injertados, por el sacramento, en un matrimonio místico,
celestial, sobrenatural, anterior a todo matrimonio humano, el matrimonio
místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. De esto se deduce que, atentar
contra las características esenciales del matrimonio –y de la familia que de él
se deriva- es atentar no sólo contra el orden natural establecido por Dios,
sino también contra la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia: el adulterio
humano, si fuera consentido, equivaldría a convalidar un “adulterio espiritual”
–si cabe la expresión- en el que un cristo falso habitaría en la Iglesia verdadera,
o una iglesia falsa alojaría en su seno al verdadero Cristo, Presente en
Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía, o una
iglesia falsa adoptaría y pondría, al nivel del Cristo Esposo, a meros ídolos
paganos. Como también podemos deducir, no se puede aceptar, de ninguna manera,
ni el adulterio humano, ni el adulterio espiritual de un falso ecumenismo.
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