Ocurrida en el Monte Tabor, la Transfiguración del Señor (cfr.
Mc 6ss) debe ser contemplada a la luz de otro monte, el Monte Calvario. En el
Monte Tabor, Jesús se reviste de luz, una luz que no viene del exterior, sino
de lo más profundo de su Ser divino trinitario, puesto que la naturaleza divina
es luminosa, con una luz más resplandeciente que miles de millones de soles
juntos; una luz que da la vida divina a quien ilumina; una luz que comunica el
Amor de Dios a quien ilumina. Si en el Monte Tabor Jesús se reviste de luz, en
el Monte Calvario, por el contrario, se reviste de Sangre, de su propia Sangre,
la Sangre del Cordero, que brota a borbotones de sus heridas abiertas; una
Sangre roja, Preciosísima, que da la vida divina a aquel sobre quien cae esta
Sangre; una Sangre que quita el pecado del corazón del hombre y que comunica el
ardor del Divino Amor a aquel que es bañado en esta Preciosísima Sangre, la
Sangre del Cordero de Dios. En el Monte Tabor, resplandece la gloria de Dios,
la gloria que Jesús habrá de comunicar a los bienaventurados; en el Monte
Calvario, Jesús no está cubierto de gloria, sino de su Sangre, la Sangre
Preciosísima que comunicará a los hombres el perdón de Dios y su Divina
Misericordia. En el Tabor, Jesús permite que su gloria divina, la que Él posee
en cuanto Segunda Persona de la Trinidad, resplandezca ante sus discípulos,
para que estos no desfallezcan en las amargas horas de la Pasión y esto es un
milagro de la Divina Bondad; en el Monte Tabor, Jesús retira, por un milagro,
su gloria, impidiendo que se manifieste como en el Tabor, para poder sufrir la
Pasión y mostrar así la magnitud infinita del Amor Misericordioso de Dios por
los hombres, a los cuales quiere salvar, a todos, por el sacrificio de Jesús en
la Cruz.
Ahora bien, si es cierto que la Transfiguración en la gloria
de Jesús no puede no ser meditada a la luz de su Santo Sacrificio del Monte
Calvario, es también cierto que tanto la Transfiguración, como el Calvario,
deben meditarse a la luz de aquello que, en el misterio de la liturgia,
constituye el Nuevo Monte Tabor, porque Jesús resplandece, a la luz de la fe,
con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, y constituye también el
Nuevo Monte Calvario, porque Jesús renueva su Santo Sacrificio de la Cruz, y es
el Altar Eucarístico. Transfiguración y Tabor; Crucifixión y Calvario;
Eucaristía y Altar Eucarístico, he aquí los misterios insondables de Nuestro
Dios, el Señor Jesús.
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