viernes, 5 de agosto de 2016

La Transfiguración del Señor


         Ocurrida en el Monte Tabor, la Transfiguración del Señor (cfr. Mc 6ss) debe ser contemplada a la luz de otro monte, el Monte Calvario. En el Monte Tabor, Jesús se reviste de luz, una luz que no viene del exterior, sino de lo más profundo de su Ser divino trinitario, puesto que la naturaleza divina es luminosa, con una luz más resplandeciente que miles de millones de soles juntos; una luz que da la vida divina a quien ilumina; una luz que comunica el Amor de Dios a quien ilumina. Si en el Monte Tabor Jesús se reviste de luz, en el Monte Calvario, por el contrario, se reviste de Sangre, de su propia Sangre, la Sangre del Cordero, que brota a borbotones de sus heridas abiertas; una Sangre roja, Preciosísima, que da la vida divina a aquel sobre quien cae esta Sangre; una Sangre que quita el pecado del corazón del hombre y que comunica el ardor del Divino Amor a aquel que es bañado en esta Preciosísima Sangre, la Sangre del Cordero de Dios. En el Monte Tabor, resplandece la gloria de Dios, la gloria que Jesús habrá de comunicar a los bienaventurados; en el Monte Calvario, Jesús no está cubierto de gloria, sino de su Sangre, la Sangre Preciosísima que comunicará a los hombres el perdón de Dios y su Divina Misericordia. En el Tabor, Jesús permite que su gloria divina, la que Él posee en cuanto Segunda Persona de la Trinidad, resplandezca ante sus discípulos, para que estos no desfallezcan en las amargas horas de la Pasión y esto es un milagro de la Divina Bondad; en el Monte Tabor, Jesús retira, por un milagro, su gloria, impidiendo que se manifieste como en el Tabor, para poder sufrir la Pasión y mostrar así la magnitud infinita del Amor Misericordioso de Dios por los hombres, a los cuales quiere salvar, a todos, por el sacrificio de Jesús en la Cruz.

         Ahora bien, si es cierto que la Transfiguración en la gloria de Jesús no puede no ser meditada a la luz de su Santo Sacrificio del Monte Calvario, es también cierto que tanto la Transfiguración, como el Calvario, deben meditarse a la luz de aquello que, en el misterio de la liturgia, constituye el Nuevo Monte Tabor, porque Jesús resplandece, a la luz de la fe, con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, y constituye también el Nuevo Monte Calvario, porque Jesús renueva su Santo Sacrificio de la Cruz, y es el Altar Eucarístico. Transfiguración y Tabor; Crucifixión y Calvario; Eucaristía y Altar Eucarístico, he aquí los misterios insondables de Nuestro Dios, el Señor Jesús.

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