martes, 1 de mayo de 2012

Yo Soy la luz


“Yo Soy la luz” (Jn 12, 44-50). Jesús se revela a los hombres como “luz”, puesto que su naturaleza divina es luminosa, es fuente de luz celestial, sobrenatural. Esta luz que es Jesús, que brota de las profundidades insondables de su Ser divino, se manifiestan, en el tiempo de su vida terrena, en dos momentos: en la Transfiguración, y en la Resurrección, y en los cielos, desde toda la eternidad, puesto que procede del Padre, que es luz como Él.
Jesús es luz, y con su luz celestial ilumina a los bienaventurados habitantes del cielo, los ángeles y los santos, según lo dice el Apocalipsis: “El Cordero es la lámpara de la Jerusalén celestial”.
Jesús es luz, y con su luz celestial ilumina a su Iglesia Peregrina, que camina en la tierra y en el mundo, en dirección a la eternidad, y esta luz de Cristo para su Iglesia, resplandece en la gracia de los sacramentos y en la Verdad Revelada, custodiada y enseñada por el Magisterio de la Iglesia, por el Papa y los obispos unidos a él, y resplandece de un modo particular en el Sacramento del altar, la Eucaristía.
“Yo Soy la luz”. Jesús es luz, una luz que es al mismo tiempo amor, vida, belleza. Una luz que es salvación, que se opone a las espantosas y horroríficas tinieblas del infierno, tinieblas que son al mismo tiempo odio, muerte, y espanto aterrador.
Quien no se deje iluminar por la luz de Cristo, que se irradia con toda su intensidad desde la Eucaristía, será irremediablemente cubierto y engullido por las pavorosas sombras de los ángeles caídos, los habitantes del infierno, que deambulan por toda la tierra.

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