Almas cayendo en el infierno
(Detalle - Roger van der Weyden)
“Estén preparados, porque el
Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Jesús insiste en la necesidad de estar preparados
para el momento del encuentro definitivo con Él, el cual sucederá en el momento
menos esperado.
Es necesaria esta
advertencia, debido a que el hombre tiene tendencia a sofocar la vida del
espíritu, que lo orienta a la eternidad, para quedarse sólo con la vida
corpórea, sensible, animal, que lo deja anclado en el tiempo y en un destino
puramente existencial y terreno. Esta forma de ver la vida no es inocua, porque
la ausencia de un destino de eternidad –sea de dolor o de gozo, pero eterno-,
hace que el hombre se desentienda de sus acciones, o lo que es lo mismo, no le
importe la moralidad de sus actos, inclinándose paulatinamente hacia el mal en
vez del bien, a causa del pecado original.
Si no hay eternidad, si no
hay un Dios que premie las obras buenas, que son arduas y difíciles de
hacerlas, porque cuestan mucho sacrificio, entonces el hombre se inclina al
mal, al cual es atraído por el apetito concupiscible que inhiere en él desde su
nacimiento, y que se demuestra en la malicia del corazón y en sus permanentes
malos deseos, tal como lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen
toda clase de cosas malas”. Es aquí donde aparece la figura del segundo
servidor de la parábola, aquel que, sin esperar a su amo, se embriaga y
descuida su trabaja, es decir, vive en pecado mortal.
En nuestro mundo, en donde
la idea de Dios ha prácticamente desaparecido del pensamiento y del querer del
hombre, en donde se vive un ateísmo teórico y práctico que invade toda
manifestación cultural, situación agravada por la apostasía del Nuevo Pueblo
Elegido, los bautizados en la Iglesia
Católica, que son los que deberían dar testimonio, con sus
vidas, de la existencia de Dios Trino, en este mundo de hoy, ateo y apóstata,
todo está invertido, llamándose bueno a lo malo y malo a lo bueno.
El hombre contemporáneo ha
construido el “mundo sin Dios”, la “ciudad sin Dios”, de la que habla San Agustín,
y al observar la sociedad de hoy, se puede constatar que el habitante de este
mundo ateo y apóstata, doblemente sin Dios, es el segundo servidor de la
parábola de Jesús, el servidor que se embriaga, no trabaja, y se dedica a
golpear a los demás. Para quien piense que el vivir sin moral –robar, asesinar,
dar rienda suelta al placer, ser codiciosos y egoístas- no tiene consecuencias,
no está demás leer las experiencias de Sor Josefa Menéndez en el infierno,
según sus escritos en “Camino del Amor divino”, ya que aquí se relata el
“castigo severo” reservado para los servidores malos e infieles.
En uno de sus descensos al
infierno, Sor Josefa escucha al demonio, que dice así: “Insinuaos procurando que
el descuido y la negligencia se apoderen de ellos, pero manteniéndoos en la
sombra, para que no os descubran… gradualmente, ellos se volverán más y más
descuidados, indiferentes al bien y al mal, sin ningún tipo de compasión ni
amor, y vosotros seréis capaces de inclinarlos hacia el mal. Tentad a estos otros
con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su
propio interés, CON ADQUIRIR RIQUEZAS SIN TRABAJAR… de forma legal o no.
Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el
vicio los ciegue”. (Aquí usaron palabras obscenas).
En otro descenso al infierno, escribe: “En la
distancia, pude oír un bullicio de fiesta, el tintileo de las copas, y (el
diablo) gritó:¡Dejad que ellos mismos se junten en sus comidas! Eso lo pondrá
todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan a sus banquetes. El amor
al placer es la puerta por la que vosotros os apoderaréis de ellos… Y esas
almas ya no serán capaces de escapar de mí”. Añadió cosas tan horribles que
nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como sumergidos en un remolino de
humo, se desvanecieron (él y los otros demonios). (3 de febrero de 1923).
El 22 de marzo de 1923 escribe: “Vi varias almas
caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años,
maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por
haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy
corta, decía ella, pero llena de pecado, porque ella le concedió hasta el
límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción,
especialmente había leído malos libros”.
Esto explica la expresión de
Jesús: “Feliz aquel a quien su señor, al regresar, encuentra ocupado en su
trabajo”, es decir, feliz aquel que, en su muerte, se encuentra en estado de
gracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario