“El
Padre dará el Espíritu Santo al que se lo pida” (Lc 11, 5-13). En esta parábola, dedicada a la enseñanza sobre la
oración, Jesús utiliza la figura de un hombre que da el pan que le pide su
amigo, debido a su insistencia, para hacernos ver la necesidad de que la
oración sea continua y perseverante, ya que si reúne estas condiciones, su
éxito y eficacia están asegurados. Acentúa este último aspecto, el hecho de que
la oración será escuchada indefectiblemente, la condición del Ser divino de
Dios Padre, un Ser perfectísimo del cual emana, como de una fuente inagotable,
su Amor y su Misericordia. Quien rece con insistencia, recibirá; a quien pida
con súplicas fervientes, le será dado; quien llame a las puertas del corazón de
Dios, será escuchado,. Jesús enseña que, si el hombre, aún siendo malo, da
cosas buenas a sus hijos, tanto más lo hará Dios Padre con los hombres, sus
hijos adoptivos, puesto que Dios es infinitamente bueno y amable, y sabe dar
cosas buenas a quienes se lo pidan.
Es
esto lo que Jesús enseña acerca de la oración: que debe ser insistente,
perseverante, confiada, con la confianza filial del hijo que sabe que su padre,
que es bueno, le dará lo que pide. Pero la novedad insospechada acerca de la
oración, revelada en este pasaje, no radica en la consideración de estas
condiciones de la oración; en medio de una enseñanza sobre la oración, Jesús
hace una revelación asombrosa, sorprendente, inimaginable, imposible para el
hombre de comprender en su magnitud real: Dios Padre dará el Espíritu Santo a
quien se lo pida.
En
otras palabras, Jesús no solo enseña que Dios Padre da cosas buenas al hombre que
se dirige a Él con una súplica confiada, insistente y perseverante: Jesús
enseña que Dios Padre dará algo imposible de dimensionar por el intelecto
creado, sea angélico o humano: el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, la Persona Amor de Dios Uno y Trino, el Amor inefable que
une al Padre y al Hijo desde la eternidad, el Amor por el cual los ángeles de Dios
exultan de alegría y felicidad. Y este don se hace realidad en cada comunión
eucarística, desde el momento en que Dios Hijo y Dios Padre infunden en el alma
al Espíritu Santo, renovando y provocando un micro-Pentecostés en cada comunión
sacramental.
¡Cuántos
cristianos desconocen este don inimaginable, el Amor del Padre, que se da sin
reservas en la comunión eucarística y a todo aquel que lo pida con fe y con
amor! ¡Cuántos cristianos van a buscar la felicidad en donde no la encontrarán
jamás, las cosas pasajeras del mundo, en vez de pedir al Padre el don de la
Persona del Espíritu Santo!
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