“Insensato,
¿para qué acumulas bienes, si esta noche vas a morir?” (cfr. Lc 12, 13-21). Con la parábola de un
hombre que acumula bienes materiales en exceso, pensando que habrá de vivir
para siempre, pero sin pensar que esa misma noche va a morir, Jesús nos muestra
la actitud verdaderamente inconsciente del hombre que no medita en las
postrimerías.
Al
quitar de su horizonte existencial el destino de eternidad al cual está llamado
desde el momento mismo de su creación, el hombre reduce automáticamente su
perspectiva existencial a esta vida terrena y material. A partir de entonces,
para él no habrá otra cosa que lo que lo perciban sus sentidos, y como sus
sentidos captan sólo el mundo material y sensible, para él la vida humana se
reducirá, indefectiblemente, a lo material y sensible, dedicando en
consecuencia todos sus esfuerzos a hacer su vida terrena lo más placentera
posible, ya que esto es lo que piden los sentidos.
Este
modo de ver no es inocuo, porque si no existe un Dios más allá de la muerte,
que premie a los buenos y castigue a los malos, entonces todo en esta vida está
permitido, y el único sentido de la existencia del hombre es la acumulación de
bienes materiales y el disfrute sensual de los mismos.
Pero
este modo de ver constituye un gravísimo error, ya que el hombre está llamado a
un destino de eternidad, cuya antesala, brevísima en términos de tiempo, es
esta vida terrena. Es por esto que Santa Teresa decía que esta vida es “una
mala noche en una mala posada”: así como la noche es breve, y luego de ella
amanece y sale el sol, inaugurando el nuevo día, así también esta vida es
breve, brevísima, y luego de la misma, amanece el Día sin tiempo, la eternidad,
que por definición no finaliza nunca.
Ahora
bien, esa eternidad puede ser de gozo o de dolor, porque Dios da a cada uno
según sus obras: a los buenos les da alegría eterna, a los malos, dolor sin fin, eterno. Por lo tanto, no es en vano el consejo de la Sagrada Escritura: “Piensa en
las postrimerías y no pecarás jamás” (Ecl
7, 40); trasladado a la parábola del Evangelio, podría quedar así: “Piensa en
la eternidad, adonde nada material te llevarás, sino solo tus buenas obras, y
así no acumularás bienes que no te harán entrar en el Reino de los cielos”.
En
esta parábola se ve la paradoja del Evangelio: para ser rico en los cielos, hay
que ser pobre en esta vida.
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