“¡Hipócritas! Sabéis reconocer el tiempo climatológico, pero no sabéis reconocer el tiempo de Dios” (cfr.
Lc 12, 49-56). Jesús hace una dura recriminación,
llamando nada menos que “hipócritas” a quienes saben reconocer el tiempo
climatológico (en griego, “chronos") y puede predecir el cambio de estaciones y la presencia o
ausencia de lluvias, pero no saben reconocer el tiempo de Dios, el tiempo de la salvación (en griego “kairós").
Jesús
se queja y acusa de falsos –ese es el significado de “hipócrita”-, a quien es
capaz de reconocer el tiempo cronológico o “chronos” –la medida del movimiento
del ser-, pero no sabe –o más bien no quiere- reconocer el “tiempo de Dios”, o “kairós”,
es decir, el tiempo histórico-salvífico en el que Dios interviene, por medio de
la Persona divina del Hijo.
El
tiempo histórico-salvífico de Dios alcanza su plenitud con la Encarnación del
Verbo; es histórico, porque fue un hecho que sucedió en el tiempo y en el
espacio, y es salvífico, porque a partir del ingreso del Ser eterno del Hijo de
Dios en la historia humana, todo el tiempo y toda la historia humana adquieren
un nuevo sentido vertical, coincidiendo en su vértice o finalización en el
inicio de la eternidad. Pero antes de que suceda el fin del tiempo, es decir,
antes del Día del Juicio Final, en donde el tiempo cronológico finalizará, para
dar lugar al inicio de la eternidad, antes de esto, ya el tiempo cronológico “normal”
o “habitual”, en el que vive el hombre, está impregnado y atravesado por esa
eternidad. Es decir, cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día vivido por
el hombre en esta tierra, participa de la eternidad del Ser divino. Es por esto
que las elecciones del hombre, realizadas en el tiempo, quedan fijadas para la
eternidad, tanto en el bien como en el mal. Todo tiempo humano, desde la
Encarnación del Verbo, es “tiempo de Dios”, y como cristianos estamos obligados
a reconocerlo, so pena de ser calificados como “hipócritas” por el mismo Jesús
en Persona. Que el tiempo humano sea “kairós”, quiere decir que el hombre debe
pensar, querer y actuar según el designio salvífico de Dios, es decir, debe
considerar a esta vida como una antesala de la eternidad, y que sus actos lo
conducirán a una eternidad de felicidad o de dolor, según su bondad o maldad.
Cuando
el hombre no obra de esta manera, cuando no puede o más bien no quiere
reconocer que su tiempo, su vida, su existencia personal es “kairós”, tiempo
histórico-salvífico, inevitablemente comienza a vivir un tiempo no-salvífico,
en el que se aleja de la bienaventuranza eterna en cada segundo vivido. Un ejemplo
clarísimo de este tiempo no-salvífico –y por lo tanto, hipócrita, porque si es
no-salvífico es porque no se quiso reconocer el tiempo de Dios-, es el de la
moderna civilización humana actual, que invirtiéndolo todo, llama malo a lo
bueno y bueno a lo malo: llama “derecho de la mujer sobre su cuerpo”, al
asesinato del niño por nacer; llama “diversión adolescente” al embriagarse de
la juventud en las llamadas “previas”; llama “entretenimiento familiar” a la
sustitución de la oración en familia por la televisión y el internet; llama “proceso
de maduración sexual” a la pornografía; llama “día de descanso de las fatigas
de la semana”, al Día del Señor resucitado, el Domingo; llama “convivencia
afectiva de novios”, a las relaciones prematrimoniales fornicarias; llama “inocente
diversión para niños” a las fiestas de origen satánico como Halloween o a
películas que enseñan la magia y la brujería, como la saga de Harry Potter.
Debemos
ser precavidos, porque si no queremos llamar bueno a lo bueno y malo a lo malo,
y nos empecinamos por vivir un tiempo meramente cronológico, no solo
no-salvífico, sino condenatorio, también a nosotros nos llamará Jesús “hipócritas”,
pero ya será muy tarde.
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