“El
que pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios”
(Lc 9, 57-62). Con el ejemplo de un mal
agricultor que, decidiéndose a arar su campo, y puesto en la tarea, en vez de
mirar hacia adelante, mira hacia atrás, Jesús ejemplifica el caso de los malos
cristianos, de aquellos cristianos que “no sirven” para el Reino de Dios.
¿Por
qué dice Jesús que “el que pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve
para el Reino de Dios”? Porque la “mirada hacia atrás” no es nunca inocente ni
neutral; es una mirada torva, cargada de malicia y de rencor, hacia sucesos y
personas del pasado, cuando no a uno mismo; es una mirada que ensombrece el
corazón y lo llena de deseos contrarios al querer de Dios.
“La
mirada hacia atrás” implica, en cierta medida, una regresión al “hombre viejo”
con sus atracciones sobre lo carnal y lo mundano.
Por
el contrario, el cristiano debe empuñar el arado, alzar la frente y dirigir la
mirada hacia adelante y hacia lo alto, contemplando la Cruz y la Eucaristía; el
cristiano debe mirar el Sepulcro de la Resurrección y la gloria de los cielos,
que es su destino final, al que está llamado, y de ninguna manera debe volver
la vista atrás.
De
esta manera, fijando la vista en el crucifijo y la Eucaristía, su corazón se
llenará de luz, de paz, de gracia y de amor, quedando todo lo pasado, junto con
el hombre viejo, en el olvido.
Sólo
así, con la mirada luminosa de la gracia, será útil en el Reino de Dios,
sembrando la Palabra en los surcos, los corazones de sus prójimos, para que lo
sembrado germine y fructifique, en la espera de la Gran Cosecha Final.
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