“¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el mismo pozo?” (Lc 6, 39-42). La imagen de “un ciego que
guía a otro ciego”, quienes terminan los por “caer en un pozo”, se puede
aplicar a los intentos de la razón humana que, sin la iluminación divina, no
puede penetrar los misterios absolutos de Dios, finalizando estos intentos en
estrepitosos fracasos. Es notorio, por ejemplo, en los filósofos idealistas
como Hegel, quienes, sin la guía de la Verdad revelada, terminan por atribuir al
espíritu humano atributos que sólo pertenecen a Dios, y lo mismo se puede decir
de cualquier filósofo o sistema filosófico que no tenga la luz de la Revelación
por guía. La razón humana, si bien es comparada por Aristóteles con la luz, es
sin embargo oscuridad cuando pretende penetrar los misterios absolutos de Dios,
como la Trinidad y la Encarnación del Verbo. Pero no debemos pensar que la
ceguera es propia sólo de filósofos alejados de la Verdad, como los filósofos
ateos, existencialistas, marxistas; también pueden caer en esta ceguera los
filósofos y teólogos católicos, que se comportan como ciegos al rechazar
voluntariamente la luz del Magisterio y de la Tradición de la Iglesia,
apartándose también de la filosofía aristotélico-tomista.
“¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el mismo pozo?”. El
Papa Juan Pablo II decía: “Los hombres de nuestro tiempo no solo piden que
hablemos de Jesucristo, sino que en cierto modo se lo hagamos ver”[1]. Como
católicos, debemos hacer ver a nuestros prójimos, con la luz de la fe, a Cristo
Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, pero solo lo
lograremos si nosotros mismos respondemos a la gracia de desear ser iluminados
por el Cordero de Dios Jesucristo, “Luz del mundo” y “Lámpara de la Jerusalén
celestial” (cfr. Ap ).
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