viernes, 9 de septiembre de 2016

“Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (



(Domingo XXIV - TO - Ciclo C – 2016)

“Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta” (Lc 15, 1-32). Los escribas y fariseos murmuran contra Jesús, culpándolo del hecho de que “recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús, sabiendo por su omnisciencia divina qué es lo que están murmurando, narra dos parábolas, la de la dracma perdida y la de la oveja perdida, las cuales tienen elementos en común: algo valioso para el dueño se pierde y el dueño, luego de buscarlo, lo encuentra, se alegra por ello, y transmite a los demás la alegría de haber encontrado lo que estaba perdido; hay una tercera parábola, la del hijo pródigo, que sigue también este mismo esquema y razonamiento. ¿Cuál es la enseñanza sobrenatural que Jesús nos transmite por medio de estas parábolas? En las tres parábolas, el elemento perdido –la dracma, la oveja, el hijo pródigo- representa al hombre pecador que se aleja de su Dios y Señor, perdiéndose de su vista; en las tres parábolas, aquellos que encuentran lo que habían perdido –la mujer que barre la casa, el pastor que encuentra a la oveja, el padre que abraza a su hijo al regresar a la casa paterna- representan a Dios Padre, que se alegra cuando el hombre pecador se arrepiente del pecado y, respondiendo a la gracia de la conversión, vuelve su corazón a Dios, despegándolo de las cosas terrenas y bajas. En las tres parábolas, se repiten, tanto la idea como la expresión: “¡Felicítenme! La dracma/la oveja/mi hijo estaba perdido, y ha sido encontrado!”; es decir, en las tres parábolas se da el elemento común de la alegría del dueño al encontrar lo que estaba perdido, y en las tres se repite también la idea central, que es la pérdida de algo muy apreciado por el dueño. En las tres parábolas, el dueño busca lo que se había perdido: la luz que enciende el ama de casa para buscar la dracma, representa a Jesucristo, Luz del mundo, que ilumina con su luz divina la casa del hombre, es decir, su alma, para que el hombre pueda contemplar a Dios; el pastor que encuentra la oveja, es Jesús, Sumo y Eterno Pastor, que bajando del cielo al barranco de la tierra, en donde yace herida su oveja, el hombre, lo rescata con el cayado de la cruz, lo carga sobre sus hombros, lo cura con el aceite de la gracia y lo regresa al redil, la Iglesia Católica Peregrina en la tierra primero y el Reino de los cielos después; en la parábola del hijo pródigo, el padre no sale a buscar a su hijo, pero está presente en la mente y en el corazón de este, en el recuerdo y en el amor, y es la causa de que regrese, al sentir la nostalgia del abrazo del padre y su cariño paternal. La pérdida –de la dracma, de la oveja, del hijo pródigo- en las parábolas, simboliza una pérdida ancestral, que se remonta a los primeros padres de la humanidad, Adán y Eva, y es la pérdida de la amistad con Dios por el pecado, como consecuencia de la escucha de la voz de la Serpiente Antigua, que los tienta con una falsedad: si desobedecen a Dios y lo obedecen a él, el Demonio, “serán como dioses”. Es esta falsa promesa la que lleva a Adán y Eva a apartarse de Dios, y ese apartarse de Dios es el pecado original con el que nace todo hombre, y es también el pecado actual con el que todo hombre rompe la amistad con Dios, y es lo que está representado en las diferentes pérdidas de las parábolas.
Es decir, la perdición del hombre se origina en el pecado de Adán y Eva, que se transmite a la humanidad de generación en generación: todos los hombres, nacidos con el pecado original, cometen el mismo pecado de Adán y Eva: escuchar la voz del Demonio, dejarse seducir por sus falsas promesas –“Si desobedecen a Dios, serán como Él”- y se esconden de su Presencia. En el hombre se encuentra el “misterio de iniquidad”, que consiste en que, habiendo sido creado por Dios, para ser feliz sólo en Dios, el hombre sin embargo, haciendo mal uso de su libertad, se deja engañar por el Tentador y da las espaldas a su Dios, escondiéndose de su Presencia, deleitándose en aquello que le provoca dolor y muerte, es decir, el pecado. A su vez, en la mujer que barre y encuentra la dracma, en el pastor que sale a buscar su oveja, y en el padre que abraza al hijo pródigo, está representada la Iglesia, que sale a buscar al pecador y, cuando lo encuentra, se alegra, hace una fiesta y organiza un banquete, el sacrificio del Cordero de Dios en la cruz, y ofrece, de parte de Dios Padre, al hombre indigente un banquete celestial, consistente en Carne, Pan y Vino: la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

“Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”. La dracma perdida, la oveja perdida, el hijo pródigo, somos nosotros, los hombres, cuando nos extraviamos por el pecado. Cuando respondemos a la gracia de la conversión, Dios y sus ángeles se alegran en el cielo, mucho más por nuestra respuesta, que por los hombres justos, que no necesitan conversión.

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