“Te
seguiré adondequiera que vayas” (Lc
9, 57-62). Un discípulo, entusiasmado por la Persona de Jesús, por su mensaje
evangélico y por sus milagros, exclama, eufórico: “¡Te seguiré adonde vayas!”. Jesús,
sin rechazar esta decisión del discípulo, le advierte sin embargo acerca de una
de las condiciones que deberán afrontar quienes lo sigan: “Los zorros tienen
sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza”.
¿A
qué se refiere Jesús? Se refiere, ante todo, a la pobreza, puesto que,
dedicados con su Maestro a predicar el Evangelio, los Apóstoles y los
discípulos no tendrán bienes materiales y de tal manera, que aún los animales,
como los zorros y las aves, tendrán sus guaridas y sus nidos, respectivamente,
en donde descansar, mientras que “el Hijo del hombre no tendrá ni siquiera
esto. Pero hay algo más en esta frase, y es que Jesús se refiere a su cruz, de la
cual deberán participar todos los que lo sigan, porque es la cruz en donde Jesús
no solo no tiene bienes materiales, sino que es allí en donde, a causa de la
corona de espinas, no tiene “dónde reclinar la cabeza”. En efecto, la corona de
espinas es de tal tamaño y sus espinas son tan grandes, además de filosas y
cortantes, que le impedirán prácticamente todo movimiento con su Cabeza, por lo
que es en la posición de crucificado en donde se cumple cabalmente la
advertencia de Jesús para quienes deseen seguirlo: “El Hijo del hombre no tiene
dónde reclinar la cabeza”.
El
cristiano que quiera seguir a Jesús tiene, por lo tanto, que estar dispuesto no
solo a la pobreza de la cruz –solo lo necesario para la salvación, como el
madero, los clavos, la corona de espinas-, sino a ser crucificado junto con
Jesucristo, participando de su corona de espinas, bebiendo del cáliz de sus
amarguras y sintiendo sus mismas penas.
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