¿Por qué los cristianos exaltamos y adoramos la Cruz? Aún más,
¿por qué le decimos “Santa” Cruz? La cruz era, en la Antigüedad, un instrumento
de tortura, destinado a los más viles criminales y bandidos; era un signo de
advertencia para todos aquellos que osaran sublevarse contra el imperio, y
puesto que constituía el castigo y la muerte más cruel, era símbolo de muerte y
barbarie. ¿Por qué entonces los cristianos exaltamos y adoramos la cruz?
La respuesta es que los cristianos no adoramos ni veneramos
al madero en sí mismo: no es el madero en sí, sino el Rey Cristo el que es
ensalzado en su signo, en su estandarte[1]:
adoramos el signo de la Cruz, veneramos la Cruz como signo litúrgico, que desde
la Pasión de Cristo, significa el Misterio de la Redención, porque el Cordero
se inmoló en la Cruz para nuestra salvación. Adoramos la Cruz porque la Cruz
está empapada, impregnada, con la Sangre del Cordero de Dios; es a Cristo Dios,
el Hombre-Dios, y a su Sangre Preciosísima, que tiñó el madero de la Cruz, a
quien adoramos, exaltamos, veneramos y honramos, y le damos gracias y lo
bendecimos, porque por la Santa Cruz, nos redimió, nos libró de nuestros
enemigos mortales, el Demonio, el pecado y la muerte, nos concedió la filiación
divina y nos abrió las puertas del cielo. Es a Cristo, el Hombre-Dios, el Hijo
de Dios Encarnado, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, engendrado
eternamente en el seno del Padre, que al encarnarse asumió hipostáticamente,
personalmente, la naturaleza humana en el seno purísimo de María Virgen y que
al nacer en el tiempo milagrosamente de la Madre de Dios, recibió el Sagrado
Nombre de Jesús de Nazareth, a quien adoramos. No adoramos al madero por sí mismo, sino al signo
litúrgico de la Cruz, que es Santa porque el que murió en ella, empapándola con
su Sangre, es el Dios Tres veces Santo, Cristo Jesús, el Cordero “como
degollado”, Cordero que está clavado en la Cruz, que se ha hecho Cruz en la
Cruz[2]. Cuando
veneramos y adoramos la Santa Cruz, veneramos y adoramos al Señor Jesucristo
que triunfó por la Cruz y con su omnipotencia divina transformó el antiguo
símbolo de castigo, dolor, desesperación, ignominia y muerte, en signo de
triunfo, victoria, alegría, esperanza y gloria y vida eterna[3].
Estas son las razones entonces por las que adoramos y
veneramos la Santa Cruz: porque el Cordero de Dios fue en ella inmolado, y la
impregnó con su Sangre Preciosísima, y es esta Sangre Preciosísima, que tiñe el
madero de la cruz transformándola de instrumento de tortura en instrumento de
redención y salvación eterna, lo que adoramos, veneramos, exaltamos y
ensalzamos; es el signo litúrgico de la Cruz lo que adoramos, porque en la
liturgia la Cruz se nos manifiesta no ya como el antiguo instrumento de tortura
y muerte ideado por los hombres, sino como el signo visible de nuestra
redención y de la vida eterna obtenidas para nosotros por Cristo Jesús, porque ya
ha sido santificada por el Dios Tres veces Santo, Jesucristo. Mientras el Señor
Jesucristo se eleva a las regiones celestes, luego de triunfar en el Monte
Calvario, nosotros en la tierra adoramos el signo de la Santa Cruz, empapada
con su Sangre Preciosísima y, postrados, le decimos: “Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos, porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo”.
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