sábado, 12 de octubre de 2019

“¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”




(Domingo XXVIII - TO - Ciclo C – 2019)

         “¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. El reclamo de Jesús se debe a que Él hizo el milagro de curar a diez leprosos, pero solo uno regresa a dar gracias, postrándose ante su Presencia. Y el que se muestra agradecido es un samaritano, es decir, no es ni siquiera hebreo. Jesús se muestra sorprendido por la actitud de desagradecimiento de los nueve leprosos, que acuden a Él cuando están enfermos, cuando tienen una necesidad, pero cuando ya se ven curados, no son capaces de reconocer la curación hecha por Él y se marchan sin dar gracias. 
En este Evangelio de la curación de los leprosos podemos ver diversas cuestiones que tienen que ver con nuestra fe y con nuestra relación personal con Jesús: por un lado, la curación en sí; por otro, la acción de gracias y por último la adoración como reconocimiento de la divinidad de Jesús. Es importante considerar estos tres elementos, porque nos competen a nosotros, porque aunque no hayamos sido curados de lepra, sí hemos recibido –al igual que los leprosos del Evangelio- innumerables beneficios de parte de Jesús. Ante todo, debemos considerar que la lepra es símbolo del pecado: la lepra es al cuerpo lo que el pecado al alma y en este sentido, todos, a partir del bautismo que nos quitó el pecado original y luego en cada confesión sacramental, hemos recibido de Jesús el beneficio de su perdón, originado en su amor misericordioso por nosotros. Por eso debemos considerarnos beneficiados por Jesús, pero con un beneficio mayor que el recibido por los leprosos, porque ser perdonados por Jesús es un milagro infinitamente más grande que el ser curados de una enfermedad corporal, como es la lepra. Recibir el perdón de los pecados es un don infinitamente más grandioso que ser curados de lepra, porque el pecado es una afección del espíritu imposible de ser quitada por la creatura, ya que sólo Dios tiene el poder de perdonar los pecados y quitarlos del alma. El otro aspecto a considerar es la acción de gracias, la cual es obligatoria para el hombre dar a Dios, independientemente de si recibe o no beneficios de parte suya, porque Dios es nuestro Creador y nosotros somos sus creaturas y tenemos la obligación de darle gracias y mucho más, cuando hemos recibido beneficios tan grandes como el perdón de los pecados. Si el leproso del Evangelio da gracias a Jesús por haber sido curado de la lepra, mucho más tenemos que dar gracias nosotros, a quienes se nos han quitado los pecados. Otro elemento a considerar es la adoración como acción de gracias, explicitada por el leproso curado en la postración y adoración a Jesús, porque la adoración, el postrarse ante Jesús -en nuestro caso, Jesús Eucaristía-, implica el reconocimiento de que Jesús es Dios y en cuanto tal, Él puede curar con su omnipotencia tanto las enfermedades corporales, como la lepra en el Evangelio, así como perdonar el pecado, como en nuestro caso.
“¿No quedaron curados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. Cada vez que Jesús nos perdona en el Sacramento de la Confesión, nos hace un don y un milagro infinitamente más grandes que el curarnos una enfermedad corporal; cada vez que se nos dona su Sagrado Corazón Eucarístico, nos hace un don del Amor de su Corazón infinitamente más grande que curar la lepra. No seamos desagradecidos como los nueve leprosos, que solo se acordaron de Jesús y acudieron a Él por necesidad, pero se olvidan de Él, ingratamente, cuando recibieron de Jesús lo que de Jesús querían obtener. El agradecimiento nace del amor, por eso, cuanto más amor tiene un alma a Jesús, tanto más agradecimiento muestra, siendo la postración ante Él un signo visible de la acción de gracias, de la adoración y del amor profesados a Jesús.

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