(Domingo
I - TC - Ciclo B – 2021)
“Arrepiéntanse
y crean en el Evangelio” (Mc 1, 12-15). En solo un renglón y con muy
pocas palabras, Jesús nos revela dos cosas: cuál es el sentido de nuestra vida
en la tierra y qué debemos hacer para conseguir el objetivo final de nuestras
vidas. Es decir, nos dice para qué estamos aquí, y nos dice qué es lo que
debemos hacer, pero no para superarnos como personas, sino para alcanzar el
sentido y objetivo final de nuestra existencia terrena.
Jesús
nos dice para qué estamos en esta vida cuando nos dice: “Arrepiéntanse”. ¿Por
qué debemos arrepentirnos? Para saberlo, debemos reflexionar acerca del significado
bíblico de la palabra “arrepentimiento”. En sentido bíblico, “arrepentimiento”
significa: “Arrepentimiento (heb. nâjam, sentir pesar [disgusto]”, “estar
triste”; nôjam, “arrepentirse”, y shûb, “volver[se]”, “retornar”; gr. metanoia,
“cambiar de opinión [mente, dirección]”, “sentir remordimiento”,
“arrepentirse”, “convertirse”; y metánoia, “cambio de opinión [mente,
dirección]”, “arrepentimiento”, “conversión”)”[1]. Según su etimología, debemos entonces "sentir remordimiento", "cambiar de dirección", "cambiar de mente", "regresar", "convertirnos". ¿Por qué? Porque el arrepentimiento
implica, por una parte, el reconocimiento del pecado personal y, por otra, el
alejamiento que el pecado provoca en relación a Dios y su Amor misericordioso. En
el arrepentimiento -que es ya una acción del Espíritu Santo en el alma- se
tiene noción de algo que no se tenía antes, y es la noción de haber pecado y en
consecuencia de haber tomado distancia de Dios, por causa del pecado. Implica también
el deseo de “cambiar de dirección”, en el sentido de que, si por el pecado, el
alma estaba dirigida a las cosas bajas de la tierra, ahora tiene deseos de
elevarse hacia Dios, despegándose de los atractivos de la vida terrena. Es por
esto que al verdadero arrepentimiento le sigue de la contrición del corazón, es
decir, el dolor del corazón por haber ofendido a Dios con el pecado y le sigue
también la conversión, esto es, el deseo de perseverar en la dirección del
alma hacia Dios, volviendo la espalda a las cosas de la tierra. Entonces, el
arrepentimiento implica los siguientes pasos: primero, se recibe la gracia del
Espíritu Santo, que hace ver lo que antes no se veía, el pecado; luego, sigue
el arrepentimiento propiamente dicho, que el deseo de desprenderse de las cosas
de la tierra y de elevar el alma a Cristo Dios; luego, sigue la contrición del corazón,
que es el dolor perfecto del corazón que sobreviene cuando se es consciente
tanto del infinito Amor de Dios, como de la despreciable malicia del pecado;
por último, sigue la conversión, que es el propósito de permanecer en la
dirección que mira hacia lo alto y no volver al estado anterior del pecado
(cfr. Hch 3, 19).
Al decirnos que nos arrepintamos, Jesús nos revela el propósito y el sentido de
nuestra existencia terrena: luchar contra el pecado, luchar contra nuestra
concupiscencia, no ceder a la tentación, rechazar los vanos atractivos y placeres
del mundo terreno, porque no hemos sido creados para esta vida -vida terrena que ha sido definida por Santa Teresa de Ávila como "una mala noche en una mala posada"-, sino para la
Vida Eterna y es a esta vida a la que debemos aspirar, por medio del
arrepentimiento.
Lo
segundo que nos dice Jesús y que completa nuestra tarea en la tierra es cómo
conseguir el objetivo de conseguir la Vida Eterna: “creer en el Evangelio”.
¿Qué es “creer en el Evangelio”? Es creer, ante todo, que Cristo es Dios Hijo
encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, que nos da su gracia a
través de los sacramentos, que nos da el don de esta vida para que vivamos en
su gracia y que al final de nuestra vida terrena nos espera una eternidad de
alegría y felicidad en el Cielo si es que perseveramos en la fe y en las buenas
obras hasta el último día de nuestras vidas. “Creer en el Evangelio” es creer que
el Reino de Dios ya está en la tierra y está obrando en las almas por medio de
la gracia, como preparación para la gloria definitiva en el Reino de los
cielos; es creer que no sólo el Reino de Dios está en la tierra, sino que el
Rey de ese Reino, Cristo Jesús, está Presente, vivo, glorioso y resucitado, en
la Eucaristía y que se nos dona en la Eucaristía como Pan de Vida eterna, para
donársenos definitivamente en la Vida Eterna.
Para
esto estamos en esta vida terrena: para arrepentirnos y creer en el Evangelio y
así alcanzar la Vida Eterna en el Reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario