“¿Podrán
beber del cáliz que Yo he de beber?” (Mt
20, 17-28). Después de anunciar su misterio pascual de muerte y resurrección,
en el que habrá de sufrir la Pasión y Muerte en cruz, los hijos de Zebedeo,
junto con su madre, se postran ante Jesús para pedirle a Jesús que les conceda
sentarse “a la derecha y a la izquierda de Jesús, en el Reino de los cielos”.
Jesús les advierte, por un lado, que no es Él quien concede eso, sino su Padre
del cielo; por otro lado, les advierte que, si quieren esos puestos en el Reino
de los cielos, deben “beber del cáliz” que Él ha de beber. Es decir, Jesús les
hace ver que, para llegar al Reino de Dios, se debe participar, indefectiblemente,
de su Pasión y Muerte en cruz, puesto que ése es el cáliz que Él “ha de beber”.
Ésa es la razón por la cual les pregunta si ellos van a poder beber del cáliz:
para el ingreso en el Reino de Dios, no hay favoritismos de ninguna clase, sólo
los que verdaderamente deseen ingresar al Reino lo harán y lo harán siempre y
cuando carguen su cruz y vayan en pos de Jesús, en el Via Crucis, en el Camino
Real de la Cruz, el Calvario.
“¿Podrán
beber del cáliz que Yo he de beber?”. Esto, que es válido para los hijos de
Zebedeo, es válido también para todo cristiano: si alguien quiere ingresar en
el Reino de Dios, lo debe hacer por medio de la participación en la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo, ya que no hay ningún otro modo de hacerlo sino es por
la cruz de Jesús. Los hijos de Zebedeo, asistidos por el Espíritu Santo,
contestaron afirmativamente, contestaron que sí podían seguirlo por el Camino
de la Cruz. Imitándolos a ellos y pidiendo antes la asistencia del Espíritu
Santo, digamos al Señor Jesús: “Sí podemos y queremos beber del cáliz amargo de
tu Pasión, para así luego ingresar en la dulzura eterna de tu Reino celestial”.
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