(Domingo
VI - TO - Ciclo B – 2021)
“Si quieres, puedes curarme” (Mc 1, 40-45). Jesús cura a un leproso. ¿Qué nos enseña este
milagro? Ante todo, nos enseña que Jesús es, más que un hombre santo o un
profeta a quien Dios acompaña con sus obras, el mismo Dios en Persona, que se
ha encarnado en una naturaleza humana: es decir, nos enseña que Jesús es Dios
Hijo en Persona, porque sólo Dios puede realizar un milagro de curación física
como el relatado en el Evangelio. Por otro lado, nos enseña que, además de
curar la lepra, Jesús puede perdonar los pecados, porque la lepra es figura del
pecado: así como la lepra destruye el cuerpo, deformándolo e incluso puede
hasta quitarle la vida, así el pecado destruye al alma, llegando a quitarle la
vida de la gracia cuando se trata de un pecado mortal. Al curar la lepra del
cuerpo, Jesús está prefigurando la cura del alma, afectada por la lepra
espiritual que es el pecado. Lo que podemos ver entonces es la condición de
Jesús como Dios que es Médico del cuerpo y del alma, porque cura la enfermedad
corporal, la lepra y además cura la enfermedad del alma, el pecado, la lepra
espiritual. Por lo tanto, también podemos ver en este milagro una prefiguración
del Sacramento de la Penitencia o Reconciliación, porque en este sacramento es
Cristo en Persona quien, a través del sacerdote ministerial, por la acción de
su gracia, quita el pecado del alma cuando el penitente confiesa su pecado. La
curación del leproso por parte de Jesús debe remitirnos a la figura del
penitente que, afligido por la lepra espiritual que es el pecado, acude al
Sacramento de la Penitencia para recibir su sanación espiritual por medio de la
acción de la gracia.
Otro elemento importante que debemos contemplar en este
milagro es la fe del leproso y la interacción con Jesús. En cuanto a la fe, el
leproso tiene fe en Jesús, pero no como un hombre santo, sino como Dios omnipotente,
que tiene en cuanto tal el poder de curar su alma. El leproso acude a Jesús con
fe en su omnipotencia y tiene fe en Jesús ya sea porque lo ha visto hacer
milagros similares, o porque ha escuchado hablar de Él; en todo caso, lo que importa
es que su fe en Jesús es una fe verdaderamente católica, en el sentido de que cree
en Jesús no al modo protestante o evangelista –para ellos Jesús es solo un
hombre; un hombre santo, pero hombre al fin y al cabo-, sino al modo católico,
esto es, cree en Jesús como Dios Hijo encarnado, como Segunda Persona de la
Trinidad encarnada en una naturaleza humana. Otro aspecto es la interacción o
interrelación entre el leproso y Jesús: el leproso no le pide directamente la
curación, sino que le dice: “Si quieres” curarme, cúrame, lo cual demuestra la
perfección de su fe, porque no quiere la salud a toda costa, sino que quiere lo
que Jesús quiere, es decir, si Jesús quiere curarlo, él se curará; si Jesús no
quiere curarlo, él no se curará. La fe del leproso es ejemplar, porque imita al
mismo Jesús que, en el Huerto de los Olivos, no pide a Dios que le quite el
cáliz amargo de la Pasión, sino que le pide que se haga su voluntad: “Padre, si
quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Es decir, el leproso, sin
saberlo, imita a Jesús y participa de su perfecta oblación al Padre, al
someterse a la voluntad divina y no al propio querer. Por eso es que el leproso
dice: “Si quieres”: deja a Dios que obre según su voluntad, deja que Dios obre
en él según su querer, curándolo o no curándolo. El leproso no impone su
voluntad a Dios, sino que le pide a Dios que Él cumpla su voluntad en él. La
respuesta de Jesús –“Sí, quiero curarte”- es acorde a su infinita misericordia
y por eso lo cura inmediatamente, premiando con la salud corporal la fe
perfecta del leproso.
“Si quieres, puedes curarme”. Además de adorar a Dios y
darle gracias por su infinita misericordia demostrada en su Hijo Jesucristo,
que nos cura la lepra espiritual del pecado por medio del sacramento de la
Penitencia, pidamos la gracia de imitar la fe perfecta del leproso para no
imponer a Dios nuestra voluntad, sino para pedirle a Dios que “no se haga
nuestra voluntad, sino la suya”, porque la voluntad de Dios es infinitamente
sabia, perfecta y misericordiosa.
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