“Teman
a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno” (cfr. Lc 12, 1-7). Jesús nos enseña cuál es el
buen temor y cuál es el mal temor: el buen temor es el temor de Dios, que no es
“tenerle miedo” a Dios, sino que con “temor de Dios” se entiende el temor que
tiene el alma de ofender a Dios, no tan solo con el pecado mortal, sino tan
siquiera con el más pequeño pecado venial. Este temor de Dios es un temor bueno,
porque se origina en el amor que el alma tiene a Dios; para entenderlo, tomemos
un ejemplo de la vida cotidiana: sería algo equivalente a como cuando un hijo
ama tanto a su padre o a su madre, que se moriría literalmente de la angustia
si llegara a provocarles el más mínimo disgusto por alguna falta: lo mismo
sucede con el alma y el verdadero temor de Dios: el alma ama tanto a Dios como
Padre, que se muere literalmente de pena si es que llega a provocarle un
disgusto por algún pecado, por pequeño que sea. Algo distinto es tener miedo de
Dios y esto lo tienen ante todo quienes sufren la Justa Ira de Dios, Satanás y
los ángeles caídos y también los condenados en el Infierno, porque ellos sufren
en carne propia todo el peso y el poder de la omnipotencia divina, que se
manifiesta en los diferentes tormentos del Infierno. El cristiano no debe tener
este temor, aunque sí debe saber, como lo dice Jesús, que Dios tiene el poder
para arrojarnos al Infierno, si es que morimos en estado de pecado mortal: “Teman
a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno”. Jesús hace la
aclaración porque tanto en su tiempo como en el nuestro –y como en todo tiempo,
desde la caída de Adán y Eva-, existen hombres malvados y perversos que
provocan toda clase de daño a sus prójimos, incluida la muerte: Jesús nos
advierte que no debemos tenerles miedo a estos hombres malvados, porque es Él
quien nos da la fortaleza divina y además porque al Único al que se le debe
temer es a Dios Uno y Trino.
La
enseñanza de Jesús es particularmente actual para nuestra Patria, asolada desde
hace décadas por generaciones de gobiernos y políticos corruptos, ineptos,
inmorales, que han hundido a nuestra Nación en un abismo moral, espiritual y
material como jamás antes en la historia; la enseñanza de Jesús es actual para
los argentinos porque de entre esos políticos inmorales e ineptos, una de
ellos, una mujer arrogante y soberbia, profirió una blasfemia, al decir que
había que tenerle miedo a Dios y también a ella. Lo que sucedió fue que una notoria
política corrupta, causante de numerosos males en nuestro desgraciado país, política
que está acusada por fraude al erario público, dijo públicamente hace unos años
que había que temerle a Dios “y a ella también”. A esta señora, caracterizada
por la corrupción y el desfalco del dinero de la Nación Argentina, le decimos
que está equivocada, que no le tememos, ni a ella, ni a cualquier ser humano.
No le tenemos miedo, aun cuando se crea que es una arquitecta egipcia, porque
como cristianos católicos, tememos sólo a Dios Uno y Trino, Quien es el que
tiene la omnipotencia divina necesaria para salvar a las almas en gracia y para
condenar al Infierno a las almas que mueren en pecado mortal. Como católicos,
no le tememos ni a ella ni a ningún otro ser humano en el mundo y no nos
doblegamos frente a su altanería, que se disipará como el humo se disipa en el
viento. Sólo le tememos a Dios Uno y Trino y sólo ante Él doblamos la rodilla.
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