“Amen
a sus enemigos” (Mt 5, 43-48). El
amor a los enemigos es una de las novedades del mandamiento nuevo del amor que
deja Jesucristo a su Iglesia. Antes de Cristo, regía la ley del Talión, “ojo
por ojo, diente por diente”, o también, “ama a quien te ama, odia a quien es tu
enemigo”. Pero Jesucristo viene a cambiar radicalmente esta norma, por lo que a
partir de Él, todo prójimo, incluido el enemigo, debe recibir, del cristiano,
el amor cristiano, el perdón, la reconciliación, frente al deseo de venganza,
de rencor, de hacer justicia por mano propia. Jesús manda –no es un mero
consejo- un cambio radical de conducta con respecto al prójimo que, por algún
motivo, es considerado mi enemigo personal –hay que aclarar que este
mandamiento no se extiende a los enemigos de Dios y la Patria, como el
Comunismo y la Masonería o, como en el caso particular de la Argentina, a los
usurpadores ingleses de Malvinas, en su calidad de nación usurpadora, pues se
refiere a enemigos personales-: ya no se trata de devolver odio por odio, sino
de amor por odio: mi enemigo me odia, yo le devuelvo amor. Ahora bien, se debe
hacer otra consideración más y es que ese amor con el que debo tratar a mi
enemigo personal –volvemos a remarcar que no se aplica a los enemigos de Dios y
de la Patria- es el amor con el que Jesús me amó desde la cruz y es el Amor de
Dios, el Espíritu Santo y esta es la razón por la cual no se trata de un mero
cambio de conducta. Esto quiere decir que el fundamento por el cual yo, como
cristiano, debo amar –que incluye el perdón y la ausencia absoluta de rencor,
enojo o deseo de venganza- a mi enemigo personal, radica en que he sido amado
por Cristo, con el Amor del Espíritu Santo y por haber sido amado primero por
Él, siendo yo su enemigo, es que debo, en acción de gracias, responder con el
mismo Amor con el que fui amado. En otras palabras, si yo, siendo enemigo de
Cristo por mi pecado, fui perdonado y amado por Él desde la cruz, con el Amor del
Espíritu Santo, entonces no puedo hacer otra cosa que imitarlo a Él y amar a mi
enemigo con el mismo Amor con el que fui amado y perdonado, el Divino Amor.
Por
último, si caigo en la cuenta que no tengo ese amor en mi corazón, porque en mi
corazón sólo hay amor humano, que es limitado, débil y está contaminado con el
pecado original, entonces debo pedir en la oración, postrado ante Jesús
crucificado, ante Jesús Sacramentado, el Amor de Dios, para así amar y perdonar
a mi enemigo y “ser perfecto, como mi Padre del cielo es perfecto”.
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