martes, 14 de julio de 2020

“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”




“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27). Jesús agradece al Padre el haber “escondido” las enseñanzas divinas a los “sabios del mundo” y en cambio se las ha dado a conocer a los “sencillos”. ¿Cuáles son las enseñanzas divinas? Todo lo que está contenido en las Sagradas Escrituras y principalmente las enseñanzas de Jesús, sus milagros, sus signos, sus prodigios y sobre todo el consejo de Jesús: “Quien quiera seguirme, que tome su cruz de cada día y venga en pos de Mí”. Estas enseñanzas divinas están ocultas a los “sabios del mundo”, es decir, a aquellos para quienes -como el incrédulo Tomás- sólo es realidad lo que se puede percibir por los sentidos, lo que puede ser medido, pesado, tocado, probado. No hace falta ser un científico de una prestigiosa universidad para entrar en la categoría de “sabio del mundo”: se puede ser una persona ignorante incluso de las ciencias terrenas, pero que se muestra también ignorante de las ciencias divinas, al negar todo aquello que no se puede ver, como por ejemplo, la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Como católicos, tenemos la dicha de haber recibido las enseñanzas divinas, contenidas en las Sagradas Escrituras. Sin embargo, de nosotros depende comportarnos como necios, es decir, como “sabios del mundo”, si rechazamos estas enseñanzas recibidas en el Catecismo, o si nos comportamos como los pequeños y “sencillos” del Evangelio, que son felices porque “creen sin ver”.

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