(Ciclo
A – 2014)
“Uno de ustedes me entregará” (Jn 13, 21-3). En la Última Cena, Jesús revela uno de los dolores
más íntimos y profundos, que desgarran su Sagrado Corazón: la traición de uno
de los Apóstoles, de uno de los que integran el círculo de los más cercanos a
Él. No es un extraño; es alguien que ha compartido con Él muchos momentos y es
alguien a quien Jesús le ha brindado su amor de amistad y a tal punto, de
nombrarlo sacerdote, pero que no ha correspondido en lo más mínimo a este amor
preferencial de amistad. Por un siniestro misterio de iniquidad, Judas
Iscariote –de él se trata- ha preferido, desde el primer instante, escuchar el duro y
metálico tintineo de las monedas de plata, antes que escuchar el dulce y suave
latido del Sagrado Corazón de Jesús y esta ambición desmedida por el dinero es
lo que lo ha llevado a traicionar a Jesús y a pactar su venta por treinta
monedas de plata. Jesús nada puede hacer frente a la libre determinación de
Judas Iscariote de traicionarlo y de negarle su amor, puesto que el hombre es
libre y Dios respeta máximamente el libre albedrío humano, ya que en esto
radica la imagen divina del hombre y es así que Jesús se ve obligado a dejarlo
librado a su libre albedrío, a pesar de darle evidentes muestras de su amor. Jesús
sabe que la dureza de corazón de Judas y su amor por el dinero, sumado al
rechazo de su Pasión redentora, lo colocan ya en las puertas mismas del
infierno, con su alma en estado de condenación eterna. El dolor de Jesús por la
perdición del alma de Judas Iscariote llega al paroxismo cuando Judas, habiendo
rechazado de modo impenitente todas las advertencias divinas, comulga de modo
sacrílego, recibiendo solo pan en vez de la Eucaristía, siendo poseído
inmediatamente por Satanás y envuelto en sus tinieblas. Es esto lo que describe
el Evangelio: “…cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él (…) afuera era
de noche”, es decir, cuando Judas comulgó sacrílegamente, fue poseído por el
demonio, y “afuera” del cenáculo, era de noche, pero esa noche cósmica, la
noche de luna, simboliza la noche del alma en pecado en mortal y la oscuridad
del infierno en la que se precipita el alma que comulga con el Príncipe de las
tinieblas.
“Uno de ustedes me entregará”. No en vano Jesús nos advierte
que “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Judas entregó a Jesús porque amó más al dinero, a
treinta monedas de plata, que a Jesús. Prefirió escuchar el duro y metálico tintineo
de las monedas de plata, antes que el dulce y suave latido del Sagrado Corazón
de Jesús. Ahora escucha, por la eternidad, los gritos y lamentos de los
condenados y los aullidos del Príncipe de las tinieblas. Judas se dejó seducir
por el brillo efímero del dinero y se encontró con la oscuridad del infierno. El
amor al dinero lleva a Judas a perder doblemente la vida: la vida terrena y la
vida eterna.
“Uno de ustedes me entregará”. No solo ayer, sino también hoy,
continúan existiendo Judas dentro de la Iglesia que continúan entregando a
Jesús, toda vez que se niega la Verdad revelada y se la sustituye por
ideologías que nada tienen que ver con la verdadera doctrina revelada por Jesús. Los
modernos Judas crucifican a Jesucristo cuando negando la divinidad de Jesús
introducen doctrinas mundanas en la Iglesia que minan sus bases y la deforman
de tal manera que es imposible reconocerla como la Esposa de Cristo. Pero a
quienes traicionen a Cristo solo les espera, como a Judas Iscariote, la noche y el Príncipe de las tinieblas.
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