lunes, 3 de abril de 2023

Martes Santo



    En este Evangelio Jesús anuncia la traición de uno de los Doce y la negación de Pedro; de esta manera, se muestra cómo obran conjuntamente, tanto la fragilidad humana, que cede ante la presión y persecución de los poderosos, como la actividad angélica del Ángel caído, Satanás, quien aprovechándose de la debilidad de los hombres, los induce no solo a abandonar a Jesús, dejándolo solo a merced de los enemigos, como sucederá en el Huerto de los Olivos, sino todavía más, los lleva a negar rotunda y explícitamente la Cruz, como en el caso de Pedro, que ya era Papa al momento de negar la Cruz, y también a pactar con el enemigo de Cristo, la Sinagoga, como en el caso de Judas Iscariote.

Si nos ponemos a considerar las palabras de Jesús, vemos cómo, desde el inicio mismo de la Iglesia, de su Iglesia, la Iglesia Católica, conspiran contra Ella dos grandes fuerzas, tanto humanas como angélicas, buscando su destrucción: conspiran desde afuera la Sinagoga, pero también conspiran desde dentro, desde el seno mismo de la Iglesia Católica, desde sus más encumbrados miembros, como Judas Iscariote, quien era sacerdote y obispo al momento de traicionar a Jesús y ambos enemigos, tanto externos como internos, cuentan con el apoyo incondicional del Ángel caído, Satanás. Así vemos cómo, desde su inicio primigenio, la Iglesia Católica es perseguida por sus enemigos, que no son solo externos, sino también internos, como Judas Iscariote, y son estos también los más peligrosos, como son mucho más difíciles de detectar y de combatir. Además, ambos, como ya lo vimos, cuentan con el apoyo y sostén del Infierno, en su lucha por ver destruida a la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo. Pero la defección de los miembros de la Iglesia se da también entre los buenos: el mismo Pedro, siendo ya Vicario de Cristo, cuando Cristo le profetiza su Pasión y Muerte en Cruz, rechaza de plano la Cruz, oponiéndose frontalmente a los planes salvíficos de la Santísima Trinidad, quien había decretado que los hombres fueran salvados por el sacrificio voluntario de Dios Hijo, a pedido de Dios Padre, en el Amor de Dios Espíritu Santo. 

Como vemos, los cargos eclesiásticos, por más altos que sean, tanto para laicos como para sacerdotes, no aseguran, de ninguna manera, la santidad y el seguimiento de Cristo por el Camino de la Cruz, el Via Crucis. Por el contrario, parecería que el orden sacerdotal muestra una fragilidad tan grande ante la tribulación -Judas lo traiciona, Pedro rechaza la Cruz, los Apóstoles se duermen en el Huerto de los Olivos, en vez de orar, en el momento de mayor peligro para Jesús, los Apóstoles lo abandonan, en el Huerto y en la Cruz-, que el hecho de que la Iglesia permanezca en pie, a pesar de los abandonos y traiciones desde su seno mismo, sumado esto a los ataques externos, es una comprobación del origen divino de la Iglesia Católica y de la asistencia a la Esposa de Cristo por parte del Espíritu Santo.

Al reflexionar sobre este Evangelio, nos damos cuenta que también nosotros podemos cometer los mismos pecados y errores; también nosotros abandonamos a Jesús, rechazamos la Cruz, lo traicionamos, cada vez que elegimos el pecado en vez de la gracia; también nosotros, como Judas Iscariote, nos dejamos tentar por el tintineo del dinero y no por los latidos del Sagrado Corazón. Al reconocernos capaces "de todo pecado", como decía San José María Escrivá de Balaguer, refugiémonos en el Corazón de quien nunca, ni lo traicionó, ni lo abandonó, sino que lo acompañó todo el tiempo, al pie de la Cruz, el Inmaculado Corazón de María.


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