"El
que parte mi pan, se volvió contra mí” (Jn
13, 16-20). Jesús no solo anticipa su Pasión y muerte, sino que además revela
algo que estremece de temor a sus Apóstoles: alguien, surgido del seno mismo de
la Iglesia naciente –y aún más, de entre los sacerdotes ordenados por el Señor
en la Última Cena-, lo traicionará: “El que parte mi pan, se volvió contra mí”.
Se refiere a Judas Iscariote quien, siendo sacerdote y habiendo sido llamado “amigo”
por Jesús, lo entrega sin embargo por treinta monedas de plata, quedando
poseído por el Demonio –“cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él”-,
para luego suicidarse por ahorcamiento.
“El
que parte mi pan, se volvió contra mí”. Judas no es el único en traicionar a
Jesús y las palabras de Jesús pueden dirigirse también a nosotros en la Santa
Misa cuando comulgamos indignamente y la razón es que todo pecado, cualquier
pecado, es una traición al Amor de Dios revelado en Jesús. El pecado es una
traición a Jesús y a su Amor porque toda vez que pecamos elegimos el mal antes
que a Jesús, que es el Bien y el Amor infinitos, cometiendo el mismo error de
Judas Iscariote.
No
entreguemos a Jesús; no lo traicionemos por los vanos y falsos atractivos del
pecado. Al igual que Juan Evangelista, que eligió escuchar los latidos del
Sagrado Corazón de Jesús y no el frío tintinear de las monedas de plata, como
hizo Judas Iscariote, también nosotros pidamos la misma gracia, la de escuchar
los dulces latidos del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y no el frío
tintinear de las monedas de plata. Para eso, pidamos a Nuestra Señora de la
Eucaristía la gracia de la perseverancia final en la fe, en el amor y en las
obras de misericordia, para que elijamos siempre vivir en gracia y evitar
traicionar a Jesús con el pecado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario