(Ciclo
C – 2013)
La Iglesia celebra a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del
Universo, pero esta celebración no se debe a un mero título honorífico: Jesús es
Rey por derecho y por conquista: es rey por derecho, por su condición divina,
ya que es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y es
rey por conquista, porque en cuanto Hombre-Dios realiza el Santo Sacrificio de
la Cruz, sacrificio mediante el cual conquista para Dios Padre a toda la
humanidad, condenada a la muerte eterna a causa del pecado original, rescatándola
de la esclavitud del pecado y del demonio y abriendo para todos los hombres las
puertas del Reino de los cielos.
Jesús es Rey desde su generación eterna en el seno de Dios
Padre, y su reyecía se debe a que posee el Ser divino trinitario, el mismo de
Dios Padre y de Dios Espíritu Santo, y posee también la misma naturaleza divina
que las Personas divinas del Padre y del Espíritu Santo. Jesús es rey desde la
eternidad por ser Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y por
eso es Rey de los ángeles, porque Él su Creador, en cuanto Dios, y por eso los
ángeles lo adoran en el cielo y se postran ante su Presencia, porque Él es el
Cordero de Dios. Y aunque los ángeles caídos ya no lo pueden adorar, ni lo podrán adorar jamás, porque por libre decisión se vieron privados de su visión, le temen y tiemblan de terror ante su solo Nombre, e incluso en el infierno los ángeles rebeldes, aunque no adoren a Jesús como a su Rey, sí lo glorifican en cuanto Dios, porque la eterna condenación de los ángeles rebeldes es la prueba de que es Dios y Rey omnipotente, cuya Justicia es infinita.
Jesús es Rey en la Encarnación y en el Nacimiento virginal
de María Virgen, y por eso lo adoran los pastores en Belén, al nacer
virginalmente de María Santísima, cuando se manifiesta ante el mundo como el
Niño Dios; los pastores lo adoran y se postran ante el Niño Dios, porque lo
reconocen como a su Rey y Señor, que viene a este mundo como un Niño pero es
Dios encarnado, que se manifiesta como Niño sin dejar de ser Dios, y así como hacen los pastores, así deben adorar a Dios Niño todos los hombres de buena voluntad, porque ese Niño Dios es el Rey del Universo.
Jesús es Rey en la Pasión y en la Cruz, y por eso los
soldados romanos, aun sin saber lo que hacen, y aun cuando lo hagan
sacrílegamente, se arrodillan ante su Presencia en la Pasión y lo saludan como
se saluda al emperador, diciéndole: “Salve, Rey de los judíos”. Jesús es Rey en
la Cruz, pero su corona no es de oro y plata, ni tiene piedras preciosas, como
las coronas de los reyes terrenos, sino que su corona real está formada por
gruesas y afiladas espinas que perforan su cuero cabelludo, haciendo brotar
ríos de Sangre que bañan sus ojos, sus oídos, su nariz, su boca, su rostro,
para santificar nuestros sentidos y nuestras almas; Jesús es Rey en la Cruz,
pero su vestimenta no es un manto de púrpura y armiño, de seda delicada y lino
purísimo, sino que su manto es de color rojo escarlata, porque el manto real de
Jesús está formado por su Sangre Preciosísima, que brota de sus heridas
abiertas y cubre su Sacratísimo Cuerpo, y es esta Sangre, que cae sobre nosotros,
la que nos quita nuestros pecados en la confesión sacramental; Jesús es Rey en la Cruz, y como todo rey tiene un cetro, pero su cetro no es de marfil, como los de los reyes terrenos, sino que está formado por los tres clavos de hierro que atraviesan sus manos y sus pies provocándole desgarradoras heridas, heridas que Jesús las ofrece al Padre en reparación por nuestras malas obras hechas con nuestras manos, y por los malos pasos dados con nuestros pies, pasos dados en dirección contraria a la Voluntad de Dios; Jesús es Rey en la Cruz, y como rey, tiene un trono, pero este trono no tiene un mullido y cómodo almohadón, como los de los reyes de la tierra, porque su trono es el madero de la Cruz, madero desde el cual Nuestro Rey distribuye el tesoro de valor inestimable, el Amor de su Sagrado Corazón traspasado. Jesús es Rey en la Cruz y por eso la Iglesia lo adora en la Cruz y adora la Cruz, empapada en la Sangre de su Rey.
Jesús es Rey en la Eucaristía y allí en la Eucaristía es Rey
de Amor, Rey de Misericordia infinita; en la Eucaristía, Jesús es Rey
misericordioso, que permanece en el Sagrario, Prisión de Amor, para donarnos su
Bondad y su Ternura, su Amor infinito, su Misericordia Divina; en el sagrario,
Jesús nos espera pacientemente, hora tras hora, día tras día, y nos sigue
esperando a pesar de nuestros abandonos, de nuestras indiferencias, de nuestras
ingratitudes; Jesús nos espera en el sagrario para darnos su Amor y su
Misericordia, porque en la Eucaristía es Rey de Misericordia, pero nosotros preferimos
nuestros pasatiempos y nuestras ocupaciones antes que venir a adorar a nuestro Rey en el sagrario. Jesús
en la Eucaristía es Rey Misericordioso porque si se queda en el sagrario, no es
por obligación sino por Amor; está en el sagrario día y noche con un solo
objetivo, darnos su Amor, pero para hacerlo, necesita que nos acerquemos y lo
adoremos; Jesús en la Eucaristía es Rey de Misericordia, que espera nuestra
visita y nuestra adoración pero los cristianos, aturdidos por el ruido del
mundo, nos dejamos atraer por los falsos dioses y nos inclinamos ante estos
dioses y los adoramos, en vez de adorarlo a Él en la Hostia consagrada. Jesús
en el sagrario es Rey, pero es un Rey que día y noche se queda solo, sin
compañía, porque quienes deberían adorarlo están muy ocupados en las cosas del
mundo.
Jesús es Rey en el Juicio Final, en el Último Día y ese día vendrá, no como Dios Misericordioso, sino como Justo Juez y vendrá a dar a cada
uno lo que cada uno mereció con sus obras realizadas libremente: a los que
obraron el bien, les dará como premio el Reino de los cielos; a los que obraron
el mal y no se arrepintieron, muriendo impenitentes, les dará lo que pidieron
con sus malas obras, les dará el Reino de las tinieblas, en donde tendrán la
horrible y tenebrosa compañía, para siempre, del Rey de las tinieblas, Satanás.
Jesús es Dios Misericordioso y su Misericordia no tiene límites, al punto de
donarse Él mismo como alimento en la Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad, que es Amor Puro y Eterno, pero su Divinidad también es Justicia
infinita y perfecta, porque si no fuera Justo, no sería Dios, y es por esta
Justicia Divina que es Él mismo, que no puede dejar de dar a cada uno lo que
cada uno merece: a los buenos, el cielo, a los malos, el infierno. Es un error
pensar que Jesús, porque es misericordioso, no es al mismo tiempo justo;
precisamente, porque es Rey de Misericordia, es también Rey de Justicia y dará en el Último Día a cada uno lo que cada uno libremente eligió.
Celebramos entonces la Solemnidad de Cristo Rey y así cerramos el Año Litúrgico, para dar comienzo luego al nuevo Año que inicia con el Tiempo de Adviento, pero la celebración litúrgica no es un mero recordatorio ni es un rito vacío: por medio de la liturgia, la Santa Madre Iglesia, a la par que actualiza el misterio de Cristo, Dios y Rey, nos advierte y recuerda que cada
día que pasa -cada hora, cada minuto, cada segundo- es un día menos que nos separa de nuestro encuentro personal con Cristo; cada día que pasa nos dirigimos al encuentro con nuestro Rey; cada día que pasa,
estamos más cerca del día de nuestra muerte, día en el que nos encontraremos
cara a cara con Jesús, Rey de Misericordia y Rey de Justicia, y para que no
pasemos a la eternidad por su Justicia, sino por su Misericordia, la Iglesia nos recuerda y nos pide que seamos
misericordiosos con nuestros hermanos, para recibir la misericordia de Nuestro
Rey en el Último Día.
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